Mi taller.
Mi refugio, mi amparo, mi acomodo.
Mi retiro monacal en aceptadas soledades.
Hefesto me observa y me susurra.
Percibo y siento el rumor del acero, el poder del hierro, el cintilar del bronce.
La madera me obsequia su liviandad con fragancias lejanas, la piedra se resiste en su hermetismo.
Y en mis dudas…
Sólo ella pasa, mira, me aconseja y sale.
En mis diálogos con lo telúrico, doy forma a sueños, entelequias y quimeras.
Soslayo mi fatiga y sigo laborando, por si las musas me visitan, no me encuentren ocioso.
— J. Lillo Galiani
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