Roca Tarpeya

Este año se cumplen el cincuenta aniversario de la muerte del escultor palentino Victorio Macho (13 de julio de 1966). Después de bastantes años residiendo en Perú y,

Niños. Hormigón blanco Lillo Galiani

Niños.
Hormigón blanco
Lillo Galiani

tras haber realizado numerosos e importantes monumentos para varios países hispanoamericanos, decidió volver definitivamente a España en compañía de su segunda esposa, la limeña Zoila Barrós Conti. Y, aunque amaba su tierra palentina, decidió instalarse en la imperial Toledo. Acompañado, también, de fama y fortuna se hizo construir una hermosa casa, y taller anexo, a orillas del Tajo o, mejor dicho, sobre él, en un farallón rocoso, por lo que dio en llamarla Roca Tarpeya.
Poco después de su muerte se editó el libro Victorio Macho, memorias. Yo, entonces joven, Adquirí un ejemplar en la librería Ortiz de Valdepeñas y, de vez en cuando, releo sus páginas amarilleadas por tiempo. Cuenta el autor como fue suspendido en su primer intento de ingreso, con dieciséis años, en la Academia de BB.AA. de San Fernando en Madrid, narra sus vivencias de la guerra civil, sus viajes, sus encargos y muchas anécdotas, de las cuales, he reproducido alguna. Todo ello relatado con la maestría de gran escritor.
Su casa y la obra contenida fueron donadas, por su voluntad, al Estado español. Estuvo cerrada durante varios años para llevar cabo distintas obras de remodelación. Actualmente cuenta, entre otras, con sala de proyecciones y conferencias, y tienda. Algunas dependencias han sido cerradas para uso de la administración.
En una sala Pueden admirarse dibujos, retratos en bronce de algunas personalidades como Unamuno, réplicas a escala menor de monumentos y la escultura retrato sedente de su madre, tallada en piedra negra con la cabeza y manos de mármol blanco de Carrara. En la cripta, la escultura yacente de su hermano Marcelo con hábito franciscano tallado en granito gris y los pies, rostro y almohada de mármol blanco como la anterior. En el gran patio, fresco y hermosísimo, una fuente, numerosas esculturas de bronce pero, sobre todo, las magnificas vistas que desde allí pueden admirarse pues se eleva, como una atalaya roquera sobre el Tajo, los cigarrales y el puente de San Martín. Yo tuve el placer de admirar estas vistas en los años setenta cuando la casa era la genuina, tal y como la había dejado el maestro; cuando aún, y con algo de imaginación, podía percibirse su espíritu entre aquellas paredes y el rumor metálico, como de campana de alejada ermita, cincelando el bronce.