Duendecillos de las islas

 

Danza. Yeso J.Lillo Galiani

Danza.
Yeso
J.Lillo Galiani

Quizás algún dios olímpico tomó un puñado de rocas y las lanzó al mar. Éstas quedaron formando una especie de círculo dispuestas para jugar al corro. Serifos, Milos, Naxos, Tinos, Míkonos, Delos y otras tantas sin olvidar la más conocida y visitada por miles de turistas: Santorini. Por su disposición más o menos circular, los geógrafos de la antigüedad llamaron a este conjunto de pequeñas islas, archipiélago de las Cícladas (Círculo).
En el siglo XVIII el jesuita Javier Isaac describe Serifos -que fue refugio de Perseo-, como una isla montañosa, poco fértil y poblada de unos cuantos habitantes que cuidan ganados de ovejas y cultivan algo de azafrán. Descripción más prosaica y opuesta a la visión mítica cantada por los antiguos poetas griegos.
Fue en estas islas, a mediados del siglo XIX, donde comenzaron a descubrirse las misteriosas figurillas, de cuyos autores nada se sabe. En un principio catalogadas por algún arqueólogo como ídolos informes carentes de significado, de interés y alejados de la forma humana. Pero no ocurrió lo mismo con Picasso y Henry Moore que llegaron a poseer alguna. También Giacometti, que visitaba con frecuencia el Louvre para dibujarlas, Brancusi y Modigliani. Todos ellos vivamente impresionados e interesados en aquellas figuras que, como pequeños duendes marmóreos, fueron apareciendo en aquellos parajes evocadores y mitológicos del Egeo. Y por su procedencia son conocidas como pertenecientes al Arte cicládico.
El tamaño de las esculturas oscila, en su mayoría, entre unos pocos centímetros a treinta. Hay algunas de cincuenta cmts. y muy pocas de hasta un metro y medio. Las primeras se remontan a una edad de tres mil años A.C. por lo que podrían, sobradamente, considerarse precursoras del arte griego. Fueron talladas y pulidas en excelente mármol, abundante en aquellas zonas, con la ayuda de piedras más duras y esmeril. El único metal conocido en esa época, sería el cobre. Posiblemente estuvieron pintadas con pigmentos azules y rojos. Su función quizás fuera funeraria, al encontrarse muchas de ellas en las tumbas. En algún caso, dado el tamaño grande de la escultura, se rompió su cabeza para introducirla en el enterramiento.
Sus formas varían desde placas asiluetadas en forma de violín, figuras femeninas de brazos cruzados, cabezas de cuello largo, de nariz recta y algunas más complejas como el “tañedor de arpa”. Todas ellas alisadas delicadamente, con pureza de línea, elegantes y dotadas de atractiva personalidad.
Pueden admirarse en el Museo Nacional de Atenas, en el British Museum de Londres, en el Metropitan Museum de Nueva York, en el Louvre de París y en la colección privada Barbier-Mueller de Ginebra que organiza exposiciones temporales.