Y yo con mi dignidad

Al cabo de los años, el ímpetu se atempera y el carácter desbordado vuelve a su cauce. Así lo reconocía el escultor Victorio Macho, ya maduro, al contar en sus memorias como en cierta ocasión, cuando era joven y con buenas perspectivas de llegar lejos, recibió el encargo de llevar a cabo el busto retrato de una afamada poetisa mejicana. Comenzaron las sesiones de posado en varios días, durante los cuales rompieron el hielo con charletas insustanciales. En la ultima sesión, quizás habiéndole inspirado confianza el artista, aquella señora cometió un acto imperdonable para el escultor: puso sus delicadas manos sobre la figura en barro con la intención de corregir algo que no le había gustado. Victorio, ante semejante atrevimiento, lanzo su puño contra la figura, casi terminada, destruyendo todo el trabajo y advirtiendo a la poetisa que no lo volvería a comenzar. Asustadísima, se fue desolada. El artista temió que su marido, famoso escritor mejicano, le buscara para pedirle cuentas por semejante ofensa, aunque no fue así. Al final fue el también famoso Mariano Benlliure quien llevó a cabo el modelado del busto retrato.
En otra ocasión Recibió la visita de un nuevo rico, acompañando a su esposa para que hiciese un retrato de ésta. El artista comenzó el trabajo del busto de aquella señora que tenía, al parecer, gracia femenina pero con una nariz napoleónica que restaba femineidad a su rostro. Al cabo de varios días de afanoso trabajo, terminó el busto de aquella mujer. El matrimonio llevó a sus amigos al estudio para que lo vieran y éstos felicitaron al escultor por su magnífico trabajo. Una vez vaciado en yeso, el artista comunicó al ricacho, mediante una nota, que el importe del retrato en mármol de Carrara, como él deseaba, ascendería a 3.000 pesetas. Al nuevo rico le pareció muy caro. Victorio Macho comentó lo sucedido a un amigo abogado, éste le dijo que enviaría a una persona para exponer a aquel señor las razones del artista y además, en vez de 3.000, serían 5.000 pesetas. El ricachón mandó a un emisario para arreglar el asunto pero cuando éste salio del taller, el escultor, indignado, cogió una maza e hizo pedazos el busto, los metió en un cajón y se los envió junto con una nota: “ Muy señor mío, en vista de su ignorancia sobre lo que es una obra obra de arte, le remito los fragmentos del busto de su esposa a quien pido disculpas por mi violencia a causa de su ignorancia, quédese con su dinero y yo con mi dignidad”.
El amigo abogado, amablemente, tildó de imbécil a Victorio porque se había enterado que el tal señor rico, amedrentado y convencido por las razones del escultor, había estado dispuesto a pagar las 5.000 pesetas, tan necesarias para el artista.

Orfeo, bronce. Lillo Galiani

Orfeo, bronce. Lillo Galiani