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Huyendo de los tórridos calores caniculares, me he dado una vuelta por tierras del “norte”, como decimos por aquí, para disfrutar de los veinte grados que, como mucho, se dan por aquellas latitudes. Verdes prados en los que las somnolientas vacas pastan cansinamente. Casas de piedra, robustos castaños y nogales, hórreos para guardar el grano. Todo ello hace las delicias de algunos pintores para llevar a cabo infinidad de escenas bucólicas. Santillana, donde he vuelto a visitar el museo del escultor Jesús Otero, Santander, Comillas, Llanes, Ribadesella, Villaviciosa… Naturalmente no voy a relatar mi estancia en tierras astures y cántabras porque, seguro, a nadie le va a interesar y no es ese mi propósito. Pero tenía que comenzar por algo y allí fue donde me ocurrió la pequeña anécdota que voy a contar.
Visitábamos Potes, bellísimo pueblo montañés de la comarca de la Liébana, donde se encuentra el monumento ecuestre al médico rural, llevado a cabo por el poliédrico doctor D. Ramón Ruiz Lloreda (1926-2002), natural de Santander. En él se muestra un médico sobre broncíneo caballo envuelto en una capa sujetándose el sombrero para que la ventisca no se lo arrebate, y en la otra mano las riendas y el maletín de primeros auxilios; mientras cabalga por la empinada montaña.
A la hora de comer, lo hicimos en uno de los múltiples restaurantes de la villa y, como no, pedimos el celebérrimo cocido lebaniego o montañés: sopa, garbanzos, tocino, morcilla, chorizo y carne. Todo ello para estómagos de plástico o a prueba de bombas. De beber, una botella de vino de la tierra. Y aquí viene la cosa. Al escanciar en las copas me fijo en la etiqueta de la botella, la cual mostraba un dibujo muy familiar para mí. Se trataba de uno de los que realicé para los escritos de este espacio; en concreto el empleado para el artículo nº 80 y que se titulaba El vino en el arte II. El único cambio realizado en el mismo es que le han borrado mi firma.
Al finalizar la comida hablé con el encargado del restaurante, preguntándole si me venderían una botella como la servida porque yo era el autor del diseño y nadie me había consultado para imprimir aquellas etiquetas. El señor, muy amable, me dijo que muy gustosamente, como así lo hizo, me regalaría una botella. Me indicó, ademas, la dirección de la bodega, no muy lejos de allí por si queríamos visitarla, cosa que no hicimos.
Me han dicho, unos, que, al menos lo haga saber a la bodega, otros, que son cosas de Internet y que lo deje. Para mí, la verdad, fue una grata sorpresa ver mi dibujo en la etiqueta de una botella de vino (regular), tan lejos de nuestra tierra.

Pájara 165-B hierro forjado y soldado J. Lillo Galiani

Pájara 165-B
hierro forjado y soldado
J. Lillo Galiani