Cosas de El divino


Un rico mercader florentino, Agnolo Doni, amigo de Miguel Ángel, le encargó un trabajo dejando al artista que llevara a cabo lo que a él le pareciese. Miguel Ángel le pintó un tondo (pintura o relieve de forma circular), en el que representó a la Virgen arrodillada entregando el Niño a San José (Tondo Doni, Galería Uffizi, Florencia).
Cuando acabó la magnífica pintura, la envió, con un recadero, al acaudalado mercader con un recibo en el que pedía setenta ducados. Agnolo, que miraba mucho por su dinero y aun reconociendo el valor de la pintura, entregó al recadero cuarenta ducados, alegando que era más que suficiente. Miguel ángel envió de nuevo al recadero con la orden de que Agnolo le entregara cien ducados o le devolviera la pintura. El mercader, que no quería desprenderse del tondo, entregó los setenta que el artista pedía. El divino no se dio por satisfecho y, molesto por la poca confianza que Agnolo mostraba hacia él y su trabajo, ordenó al sufrido recadero que se le entregaran ciento cuarenta ducados por la pintura. El mercader viendo la tozudez y el carácter del artista, no tuvo más remedio que entregar el doble de lo que se le había pedido en un principio para conservar la obra.
Son célebres las disputas que el Papa Julio II y Miguel Ángel mantuvieron, sin que fueran óbice para que se profesaran mutuo afecto. Estando el pontífice deseoso de ver los progresos que hacía en la Capilla Sixtina, se presentó en la misma. Pero El divino, que no quería ser molestado, tenía las puertas cerradas y no le abrió. Insistió el Papa en varias ocasiones sin conseguir su propósito. Miguel ángel comunicó a sus ayudantes que se marchaba unos días de Roma, les entregó una llave y les hizo prometer que no abrirían a nadie, ni siquiera Papa. Sin ser visto, se encerró en la Capilla para trabajar solo. Pero inmediatamente los ayudantes, esperando una propina, informaron al Papa de que el maestro se había ausentado: Julio muy contento, se dirigió a la Capilla y le abrieron la puerta. Pero en cuanto dio el primer paso dentro de la estancia, El divino, también conocido no sin razón por El terrible, comenzó a lanzar desde el andamio tablas y otros utensilios de trabajo. El Papa, llenó de miedo y cólera, huyó a toda prisa. Miguel Ángel, también asustado por lo que había hecho, huyó a Florencia.
Calmados los ánimos, el Papa pidió al gonfalonero que le enviara a sus pies al maestro porque ya lo había perdonado. Tras los muchos ruegos y súplicas del portaestandarte de la ciudad, Miguel Ángel marchó a Roma para postrarse ante el pontífice y pedirle perdón por su ataque de ira. Mientras lo hacía, un obispo, sin vela en aquel entierro, comentó: “ Santidad, esta clase de gente son ignorantes, perdonadle por ello”. El Papa, que tenía un bastón en la mano, lleno de cólera, le propinó un bastonazo al obispo mientras le espetaba: “¡tú si que eres un ignorante!”. Y está escrito que, mirando al artista, le sonrió y le bendijo.

Mano, arcilla J.Lillo Galiani

Mano, arcilla
J.Lillo Galiani