El Cristo del Otero

Estaba el escultor Palentino Victorio Macho, según cuenta en sus memorias, finalizando las obras del monumental Cristo del Otero. Trabajaba abstraído a los pies del coloso y desde las alturas de los

prueba

Cristo de Cachiporro-hierro-J. Lillo galiani

andamiajes se oyó un grito horrísono de aviso;   levantó la cabeza pero ya el aire era hendido por una palanca de hierro de metro y medio de longitud, el mortífero venablo se había clavado verticalmente a cuarenta centímetros del artista. Los operarios de arriba habían quedado petrificados de terror, el escultor arrancó aquella pesada lanza y pensó que la muerte había fallado su golpe mortífero y que su hora aún no había llegado. Poco después de su finalización, en aquellos tiempos revolucionarios de 1931, y ya en Madrid, tres energúmenos, de mirada aviesa, se acercaron al artista; el más bruto y corpulento le comunicó que pensaban ir a Palencia con la intención de volar el Cristo casi recién terminado y para lo cual disponían de una camioneta cargada con explosivos. Pero requerían al escultor para que  les acompañase y colaborara en la bárbara acción. El artista, muy sereno y templado, se encaró con aquel animal bípedo y le dijo que no estaba dispuesto a acompañar a nadie para cometer semejante bestialidad y menos siendo su obra en la  que había puesto toda  su alma y le había costado tantos esfuerzos, despidiéndoles con un: “Allá vosotros y vuestras conciencias”. Luego el escultor se enteró de cómo aquellos salvajes marcharon a Palencia dispuestos a cometer su gran fechoría. Cuando llegaron a la base del cerro, comenzaron su ascensión hacia los pies del Cristo pero, a medida que ascendían sofocados, aquel coloso cada vez se les hacía mayor y al subir y subir, sentían su elocuente expresión. Y una vez arriba aquel inspirador de tan brutal despropósito, mirando a la descomunal y serena imagen, dijo a sus dos secuaces: “Compañeros, yo no tiro esa imagen, porque la verdad es que me ha impresionado”. Y aquellos bestias se volvieron a Madrid con su camioneta cargada de dinamita.

El Cristo del Otero (cerro), fue llevado a cabo por el escultor Victorio Macho Rogado. Encomendado este trabajo por el ayuntamiento palentino, se ubicó en un cerro a las afueras de la capital, mide veintiún metros de altura y a la sazón fue uno de los mas altos del mundo. Símbolo de la ciudad, fue realizado en hormigón armado, previa colocación de grandes moldes sobre los que se vertió el material. En el primer proyecto del artista, la cabeza, manos y pies se llevarían a cabo en bronce y el cuerpo revestido de placas cerámicas; pero por la falta de presupuesto, se desechó el proyecto. Sus brazos adoptan la postura previa a la bendición. A la sazón no estuvo exento de fuertes polémicas por sus volúmenes rectos y geométricos, aspectos que el artista proyectó intencionadamente, un Cristo  de líneas sencillas y austeras. Un paseo, con el nombre del escultor, asciende hacia el otero y a los pies de la figura, excavada en la roca, se encuentra una antiquísima ermita.
Victorio Macho, como ya se dijo en otra ocasión, murió en Toledo en el año 1966. Su deseo fue ser llevado a su Palencia natal para descansar a los pies del Cristo.  Sus restos mortales fueron trasladados desde Roca Tarpella, su magnífica casa-taller, a orillas del Tajo, en la Imperial Toledo, hasta la humilde ermita del Cristo del Otero. En un suelo de baldosas de barro descansan sus restos mortales bajo una losa en la que reza la siguiente inscripción que él había escrito: “Aquí, a los pies de este Cristo, vino a descansar su autor: el escultor VICTORIO MACHO.
Hace más de dos décadas, camino a  Santander, tuvimos el placer de visitar el Cristo, la ermita y el humilde enterramiento de este gran escultor.

Estaba el escultor Palentino Victorio Macho, según cuenta en sus memorias, finalizando las obras del monumental Cristo del Otero. Trabajaba abstraído a los pies del coloso y desde las alturas de los andamiajes se oyó un grito horrísono de aviso;   levantó la cabeza pero ya el aire era hendido por una palanca de hierro de metro y medio de longitud, el mortífero venablo se había clavado verticalmente a cuarenta centímetros del artista. Los operarios de arriba habían quedado petrificados de terror, el escultor arrancó aquella pesada lanza y pensó que la muerte había fallado su golpe mortífero y que su hora aún no había llegado. Poco después de su finalización, en aquellos tiempos revolucionarios de 1931, y ya en Madrid, tres energúmenos, de mirada aviesa, se acercaron al artista; el más bruto y corpulento le comunicó que pensaban ir a Palencia con la intención de volar el Cristo casi recién terminado y para lo cual disponían de una camioneta cargada con explosivos. Pero requerían al escultor para que  les acompañase y colaborara en la bárbara acción. El artista, muy sereno y templado, se encaró con aquel animal bípedo y le dijo que no estaba dispuesto a acompañar a nadie para cometer semejante bestialidad y menos siendo su obra en la  que había puesto toda  su alma y le había costado tantos esfuerzos, despidiéndoles con un: “Allá vosotros y vuestras conciencias”. Luego el escultor se enteró de como aquellos salvajes marcharon a Palencia dispuestos a cometer su gran fechoría. Cuando llegaron a la base del cerro, comenzaron su ascensión hacia los pies del Cristo pero, a medida que ascendían sofocados, aquel coloso cada vez se les hacía mayor y al subir y subir, sentían su elocuente expresión. Y una vez arriba aquel inspirador de tan brutal despropósito, mirando a la descomunal y serena imagen, dijo a sus dos secuaces: “Compañeros, yo no tiro esa imagen, porque la verdad es que me ha impresionado”. Y aquellos bestias se volvieron a Madrid con su camioneta cargada de dinamita.  El Cristo del Otero (cerro), fue llevado a cabo por el escultor Victorio Macho Rogado. Encomendado este trabajo por el ayuntamiento palentino, se ubicó en un cerro a las afueras de la capital, mide veintiún metros de altura y a la sazón fue uno de los mas altos del mundo. Símbolo de la ciudad, fue realizado en hormigón armado, previa colocación de grandes moldes sobre los que se vertió el material. En el primer proyecto del artista, la cabeza, manos y pies se llevarían a cabo en bronce y el cuerpo revestido de placas cerámicas; pero por la falta de presupuesto, se desechó el proyecto. Sus brazos adoptan la postura previa a la bendición. A la sazón no estuvo exento de fuertes polémicas por sus volúmenes rectos y geométricos, aspectos que el artista proyectó intencionadamente, un Cristo  de líneas sencillas y austeras. Un paseo, con el nombre del escultor, asciende hacia el otero y a los pies de la figura, excavada en la roca, se encuentra una antiquísima ermita.  Victorio Macho, como ya se dijo en otra ocasión, murió en Toledo en el año 1966. Su deseo fue ser llevado a su Palencia natal para descansar a los pies del Cristo.  Sus restos mortales fueron trasladados desde Roca Tarpella, su magnífica casa-taller, a orillas del Tajo, en la Imperial Toledo, hasta la humilde ermita del Cristo del Otero. En un suelo de baldosas de barro descansan sus restos mortales bajo una losa el la que reza la siguiente inscripción que él había escrito: “Aquí, a los pies de este Cristo, vino a descansar su autor: el escultor VICTORIO MACHO.  Hace más de dos décadas, camino a  Santander, tuvimos el placer de visitar el Cristo, la ermita y el humilde enterramiento de este gran escultor.