La pequeña bailarina


st1\:*{behavior:url(#ieooui) }

/* Style Definitions */
table.MsoNormalTable
{mso-style-name:»Tabla normal»;
mso-tstyle-rowband-size:0;
mso-tstyle-colband-size:0;
mso-style-noshow:yes;
mso-style-parent:»»;
mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt;
mso-para-margin:0cm;
mso-para-margin-bottom:.0001pt;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:10.0pt;
font-family:»Times New Roman»;
mso-ansi-language:#0400;
mso-fareast-language:#0400;
mso-bidi-language:#0400;}

Lo más normal, cuando un artista lleva a cabo una obra, es que sepa el primer destino de la misma. Si se trata de un escultor y un monumento, es lógico que éste permanezca expuesto en su lugar de emplazamiento y sobreviva al autor, si no concurren causas de fuerza mayor u otros imprevistos. Pero si hablamos de obras más pequeñas, podrá saber quien es su primer comprador, mas no las posibles vicisitudes por las que pueda pasar dichos trabajos, incluso, podría darse el caso, como se dijo en otro artículo, que la obra se destruya por distintos imponderables ya comentados. Un conocido del pintor Gregorio prieto, me comentó que, siendo joven el artista, dejó, como regalo, en una casa un cuadrito. Al cabo del tiempo, un invierno hizo una visita a los receptores del regalo y encontró el pequeño lienzo tapando el hueco que había dejado el cristal roto de una ventana. Sobrarían los comentarios sobre el pobre destino de aquél lienzo, la sensibilidad de aquellos conocidos del pintor y el disgusto de éste.

En los días de este caluroso verano anduvimos por la ciudad onubense de Isla Cristina. Mi hijo me había hablado de una casa de antigüedades que él conocía y fuimos a visitarla. Quedé asombrado de la ingente cantidad de objetos inimaginables que allí había. Más que una tienda de antigüedades era un inmenso almacén que dejarían en mantillas, precisamente, al Almacén de antigüedades de Dickens. Al parecer el dueño vendía, por internet, muchos objetos a tiendas de más importancia en toda España y cuyos precios finales serían mucho mayores. Mi hijo también me habló de una pequeña escultura de bronce. Entre tanto cacharro, nos dirigimos al lugar donde él la había visto el año anterior y allí se encontraba todavía. La cogí para examinarla y comprobé su pesadez, efectivamente era de bronce macizo, de unos quince centímetros de longitud y otros tantos de altura. Se trataba de una jovencita ataviada con tutú, zapatillas de danza y calentadores en las piernas. Quizás por el cansancio del ejercicio, permanecía tumbada y dormida en un sofá, yo di en llamarla La pequeña bailarina.

Aquella delicada figurita llamó mi atención, me resultaba familiar, pero me despistó aquel lugar en donde se encontraba; rodeada por doquier de cachivaches, no me parecía el sitio adecuado ni que fuera… Mi hijo la cogió, pues el año anterior no había encontrado nada en ella, y la miró con detenimiento. Me mostró una marca en la pata del sofá que no pudimos identificar. Y por fin, en la trasera del respaldo y algo borroso, pudimos leer asombrados: P. Figares 7/20. Se trataba de una obra de la escultora Paz Figares, la séptima de una serie de veinte piezas. Luego en otro lugar con más luz, la marca de la pata del sofá resultó ser el sello de la fundición Capa.

Pregunté al dueño por la procedencia de aquella escultura y el precio. Me dijo que la había adquirido globalmente en un lote y que no podía rebajarme nada porque era de un escultor importante (ignoraba que era escultora). Le pagué lo estipulado y me la traje a casa por cuatro razones: la escultura me gustó como todo el trabajo de esta artista, vale más de lo que me costó pues pagué por ella una décima parte de su valor, la he sacado de donde, estoy seguro, y, vayan mis respetos para el anticuario, no le hubiera gustado encontrar, y menos el precio, a la artista; por último me ha proporcionado material para escribir éste artículo.

A Paz Figares, morena, guapa y simpática, la conocí hace muchos años en la Galería Durán de Madrid. Muy conocida en los ambientes artísticos de la capital, su trayectoria iba viento en popa. También hace tiempo que poseo una obra suya, ahora dos, y dos que regalé a mis hijos, además de varios magníficos catálogos de sus trabajos. Me hubiera gustado contarle lo sucedido con su escultura pero no es posible, desgraciada e injustamente la muerte truncó su carrera en el año 2007.