El cazador de genios y(II)


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impresionistas y fauvistas. Poco a poco algunos expertos comenzaron a comprar Cézannes. El joven marchante viajó a Aix-en-Provence para comunicar al pintor las buenas noticias; éste vivía en la pobreza y para poder subsistir pagaba casi todo con sus lienzos. Vollard compró todos los cuadros que quisieron venderle en aquella localidad a precios irrisorios. Cuando salía de una casa con un montón de lienzos, bajo los brazos, una señora desde un balcón le gritó: “¡Eh, oiga parisino, aquí tiene otro!”, mientras le arrojaba sin miramientos un paisaje. Así consiguió decenas de cuadros de este pintor, cuyas pautas sirvieron para que Picasso, Braque y Gris implantaran el Impresionismo y que en sus míseros comienzos, no podía permitirse poner marcos a sus lienzos.

En 1900 el marchante se trasladó a un local más amplio y lo inauguró con una exposición en donde mostraba setenta lienzos de Vincent van Gogh que había muerto diez años antes. Ninguno de los cuadros vendidos alcanzó los cuatrocientos francos. También promocionó a Henri Rousseau, llamado el Aduanero y cuyas pinturas fueron durante mucho tiempo blanco de hirientes críticas y despiadadas burlas. Su galería era deliberadamente destartalada, sólo tenía un cuadro enmarcado en el pequeño escaparate. El interior estaba de tal forma abarrotado de lienzos apoyados en las paredes que era dificultoso moverse en aquel cuchitril.

Después de la primera Guerra Mundial, Vollard comenzó a amasar su grandísima fortuna. Vendió parte de la ingente cantidad de cuadros que había ido adquiriendo. Se trasladó a una casa junto al Sena y adquirió dos más, una cerca de Versalles y otra en el bosque de Fontainebleau a donde le gustaba ir los domingos. Estas casas estaban amuebladas de forma muy austera, vivía modestamente, el lujo y la ostentación no significaban nada para él. Quizás fue el comerciante de arte más honrado con los retratos que sus famosos amigos le hicieron. Picasso le dividió el rostro en un lienzo cubista. Mientras Cézanne le pintaba sentado en un taburete, quedó dormido y cayó estrepitosamente al suelo. En un viaje a Madrid había comprado un traje de torero como souvenir. A su vuelta a Paris, en la aduana francesa, un inspector le indicó que abriera la maleta para mostrar su contenido. Al funcionario le llamó la atención el traje de luces y preguntó qué era aquello. Él sin inmutarse contestó que sus ropas de trabajo. El funcionario, siguiendo la broma, le dijo que si no se ponía el traje quedaría decomisado en la aduana. Vollard se lo puso y , en un taxi, se presentó de tal guisa en casa de Renoir; éste sorprendido al ver al gigante vestido de matador, tomó inmediatamente los pinceles y comenzó el cuadro Vollard vestido de torero.

A su muerte dejó una fabulosa fortuna en obras de arte; armarios, áticos y habitaciones abarrotadas de lienzos, obras de Gauguin, Renoir, Cézanne, Cassatt, Manet, Monet, Degas… Al descubrir una pared hueca en un ropero, apareció un almacén lleno de lienzos, entre ellos un enorme cuadro de Ingres que por sí solo valía una fortuna. El reparto de la gran colección supuso mucho tiempo y pleitos. A la ciudad de París le correspondieron una docena de lienzos; el gran resto fue repartido entre sus amigos, su hermano y dos hermanas. Pero cuando todo parecía haber acabado, apareció en Belgrado un depósito de doscientos cuadros. Lienzos de Van Gogh, Matisse, Picasso y otros de igual categoría. Al parecer fueron confiados a un amigo antes de que las fuerzas alemanas invadieran Yugoslavia. Los cuadros se almacenaron en el Museo Nacional de Belgrado y hasta 1996 no finalizaron otros tantos pleitos por el reparto de las obras.