El hombre de los pájaros

No le era posible acompañar a otros niños en sus correrías y juegos. Los observaba, ya acostumbrado, sentado en un banco; y como no podía correr, ni siquiera caminar, representaba a sus héroes en su cuaderno de dibujo: Barcos, bucaneros soldados y otros personajes paliaban en parte su soledad; también miraba a los cielos para observar la evolución de las aves en sus idas y venidas. Y un día, a los trece años, dibujó un hermoso halcón que fue la admiración sincera de los que le rodeaban. Después comentaría el artista: “A partir de aquel dibujo todo lo que pinté tenía plumas”. Pronto empezó a vender láminas entre sus vecino al precio de un dólar, todos querían tener un dibujo o pintura suya. Con el tiempo aquellas láminas alcanzaron precios desorbitados.

James Fenwick Lansdowne nació en 1937, Hong Kong, porque su padre trabajaba allí en una empresa británica. Gran parte de su cuerpo quedó paralizado a los diez meses a causa de la poliomielitis. Su familia se trasladó a Canadá en 1940 a causa de la guerra en China. Su padre que volvió a su puesto de trabajo, pasó cuatro años en un campo de concentración japonés. Mientras tanto, su madre conducía un camión para repartir leche y de esta forma sufragaba los gastos de asistencia médica a Fen que había sido ingresado en un centro para niños disminuidos físicos.

Lansdowne estuvo postrado hasta los ocho años en una silla de ruedas y tras una operación logró caminar con muletas, su enfermedad también le impedía dibujar con la mano derecha. Durante el bachillerato asistió en los veranos al laboratorio de un museo de la Columbia Británica; allí estudió anatomía de las aves practicando disecciones. Había decidido, con valor, que viviría de sus pájaros o, mejor dicho, de pintarlos. En 1955, el director de la Sociedad Ornitológia y Conservación de la Naturaleza Audubón de Canadá pudo admirar unas diapositivas de sus pinturas creyendo que se trataban del trabajo de un profesional. Informado de que eran obras de un adolescente que había aprendido a dibujar por sí mismo, le organizó una exposición individual en el prestigioso Museo Real de Ontario en Toronto. El éxito fue total, una revista le pagó 1.500 dólares por un dibujo y llevó a cabo su primer contrato con un prestigioso marchante de arte. Con veinte años era un pintor reconocido; en una exposición en Londres vendió el día de la inauguración las cuarenta obras expuestas, veintitrés de ellas en la primera hora. El precio de sus trabajos subía incesantemente. En 1966 se publicaron dos volúmenes ilustrados con sus magníficas acuarelas de los que se vendieron 65.000 ejemplares por un total de más de millón y medio de dólares. Los ornitólogos se asombraron de su prodigioso realismo y los críticos de arte estuvieron de acuerdo en afirmar que  Fen Lansdowne no pintaba meros temas de ornitología sino verdaderas obras de arte; que sabía reproducir con veracidad pasmosa a los pájaros, pero además impregnaba sus obras de poesía y una belleza que iba más allá de lo meramente material y de oficio.

Fue un artista célebre pero modestísimo: “El éxito es agradable, pero no debe ser motivo de confusión”, afirmaba. En 1967 viajó a Ottawa pero casi nadie conocía los motivos. Había sido invitado a cenar con la reina Isabel que ya tenía algunas pinturas suyas en el palacio de Buckinghan. “Para mí -decía- hay algo casi místico en los pájaros; quizá porque pueden volar  y los seres humanos no”.

James Fenwick Lansdowne, el pintor de pájaros más importante del mundo, murió en 2008 a los setenta años en Victoria, Columbia Británica.