El retratista


El joven extranjero no perdía detalle, nada escaba a su mirada de artista. Embargado por la emoción, extasiado en aquel ambiente de embrujo, admiraba aquel espectáculo visto por primera vez. El golpeteo acompasado de las palmas, los acordes  y rasgueos, como diálogos  vibrantes, de las guitarras y un cante quebrado y quejumbroso. Todo ello como adorno y marco de la protagonista, de la de bailaora. Su taconeo cadencioso, los movimientos delicados de sus manos cual volutas etéreas, los contoneos perturbadores y cimbreantes de su cintura como de mimbre movido por leves brisas. Pero además de las imágenes que el artista retenía en su mente, quería captar  lo  inaprehensible, lo difícil de expresar en un lienzo: la fuerza, la pasión, la voluptuosidad, el sentimiento.

Llevó a cabo decenas de bocetos a lápiz y carbón, estudios previos de la figura central; todo dibujado y pintado de memoria. Y al cabo de dos años el artista terminaba el magnífico lienzo, un fragmento de arte flamenco arrancado de un tablao en una noche invernal y sevillana de 1879. Aquel soberbio lienzo de tres metros y medio  por dos cuarenta y titulado El jaleo (Isabella Stewart Gardner Museum, Boston), lo presentó en el celebérrimo Certamen Anual de Arte del Salón de París: fue el cuadro más comentado y admirado de la exposición.

John Singer Sargent nació accidentalmente en Florencia en enero de 1856. De padres americanos afincados en París, viajó con su familia por distintos países europeos. Las primeras lecciones las tomó a los trece años en la academia particular de Charles Duran, afamado retratista. Al poco tiempo y paralelamente ingresaba sin dificultades en la Escuela de Bellas Artes de París. Allí dibujó anatomía y perspectiva, al tiempo que copiaba en distintos museos. Sargent destacó rápidamente entre los demás alumnos demostrando sus grandes cualidades para la pintura. Con algo más de veinte años pintó el retrato de una amiga, expuesto en el Salón de París, más tarde el de su maestro Duran. A partir de entonces Sargent comenzó a ganarse la vida con esta especialidad de la pintura.

Sargent visitó España cuando tenía veintiséis años, un viaje enriquecedor e inolvidable para el artista. Estudió en Toledo al Greco y en el Museo del Prado,  Madrid, a Goya y Velázquez, sobre los tres afirmó que eran extraordinarios pintores y de  ellos dejó una magnífica colección de copias. Además visitó otras ciudades  del país como Sevilla y Granada. Quedó entusiasmado de las costumbres, de la diversidad de paisajes y la belleza plástica de los bailes populares. Tomó apuntes, realizó numerosos dibujos y pintó cuadros con escenas, personajes y lugares; además del ya citado: La Alhambra, Gitanos españoles, El patio de los leones, Iglesia española, Carmencita, Danza española…Todos ellos repartidos por los museos más importantes del mundo.

No obstante, siendo el principio de una brillante carrera, tuvo que superar no pocos sinsabores. Ahora Sangent, quizás egoístamente y para aumentar su incipiente prestigio, deseaba trasladar al lienzo la belleza de una dama de París, Virginia de Gautreau. Era norteamericana pero casada con un rico banquero parisino y conocida en las altas esferas sociales por su   belleza y los ajustados vestidos que marcaban sus formas venustas y sinuosas. Aquello no era un encargo, su intención era regalar el cuadro a aquella dama de la alta sociedad. Tras varias gestiones con amigos, consiguió que la dama accediese a posar par él. Alquiló un estudio digno de tal modelo y comenzó su cuadro. Al cabo de un año terminaba el lienzo que tituló Madame X. El extraordinario trabajo fue presentado al Salón de París. Pero obtuvo unos resultados totalmente opuestos a los que el artista esperaba.

(Continuará)