Clase magistral (yII)

Todo va perfecto, comprobamos que los niños no han perdido interés, al contrario. Ahora preparamos la escayola y el molde, les comunico que vamos a hacer una escultura. Quieren tocar el polvo blanco, faltaría más, y la “seño” les autoriza. Meten los dedos en la bolsa, les advierto que no se puede comer, pero uno se pasa el dedo por la lengua. Hago la mezcla con el agua de una botella y les digo, mientras remuevo con una espátula, que esta papilla mágica se trasformará en breves minutos en una pequeña figura. Me miran incrédulos mientras vierto la mezcla en el molde, lo deposito en una mesa para que la escayola fragüe  y continuamos la clase.

Les muestro dos pequeñas figuras y pregunto: “de que material están hechos estos caballos”, al tiempo que los hago entrechocar. Varios contestan al unísono: “¡de metal!”. Pero un niño descubre: “suenan como las campanas” (no se les escapa una), y les digo: “efectivamente, los caballitos suenan así porque están hechos del mismo material que las campanas es decir, de bronce”. Se los van pasando para tocarlos, pasan sus deditos por las orejas, por el rabo, por el hocico; perfecto. Les muestro el Pequeño depredador, un niño rodilla en tierra con un tirachinas en tensión. “Tiene una lanza”. Ya imaginaba que ellos ya no conocen este artefacto con el cual disparábamos, malvados de nosotros, a los inocentes pajarillos. Luego les enseño otra escultura e inmediatamente la identifican: “es un Quijote como el de plaza pero mucho más pequeño”. “El de la plaza es de hierro pero éste también es de bronce como los caballos y el niño del tirachinas”, aclaro.

Todo va sobre ruedas, ¿Qué otros materiales se emplean en escultura? Silencio; la “seño” les ayuda, les da pistas pero no caen. Saco un pequeño animal y lo muestro, “¡es un león de madera!” Se lo pasan unos a otros. “Tiene cuernos pequeños”, “no son cuernos son los dientes, no ves la boca abierta”, “pesa muy poco”, “claro, como es de madera…”, “no está tan frío como la piedra”. Y otros comentarios muy acertados. También tocan una figura de barro cocido, les advierto que se rompe si la dejan caer, miran su interior, porque es hueca, con mucho interés y la tratan con mimo.

Y cuando va llegando el final de la clase, el tiempo ha transcurrido muy rápido, les anuncio que vamos a abrir el molde a ver que sale. Antes tocan el resto de escayola que ha quedado en recipiente de plástico donde se hizo la mezcla, quedan sorprendidos  porque la reacción química de la escayola al fraguar la ha endurecido y calentado bastante. Abrimos el molde y aparece una pequeña maternidad blanquísima; hacen comentarios, ríen, se asombran… Les regalo la figurilla que quedará en clase. A petición de la “seño”  recibimos fuertes aplausos. Ella, David mi hijo y yo se los devolvemos porque les digo que se han portado de maravilla. Nos despedimos de Esmeralda, no la de Nuestra Señora de París sino la profesora, pero sí tan guapa como pudo ser aquella gitana ficticia de V. Hugo; sin ella posiblemente no hubiéramos podido manejar aquel grupo de gorriones inquietos, ellos nos dicen adiós y nuevamente cargamos todos los bártulos en el coche.

Por la tarde  asistimos a la celebración del cumpleaños de cuatro niños de la clase en un salón apropiado para ellos. Naturalmente todos los demás compañeros se unen a la fiesta. Una madre me dice que su hija quiere ser escultora cuando sea mayor. Otra que el escultor, abuelo de Lucía, ha hecho una escultura con harina mágica. Otra que su hijo ha estado durante toda la comida hablando de la clase de escultura y que se lo ha pasado pipa. Algunos me miran traviesos,  les hago un gesto con la mano y sonríen.

Cabe hacerse una reflexión .Los niños son esponjas para todo,  música,  pintura,  escultura, poesía,  teatro y lo que les echen, la edad no importa; en términos escultóricos, son arcilla virgen para modelar. Si se hiciese lo posible -muchos profesores están en ello y también algunos padres- para que estas aficiones o actividades ocuparan un lugar, digamos digno, en su incipiente escala de valores, otro gallo nos cantaría.

“…que voy los trece versos acabando

contad si son catorce, y está hecho”.