Clase magistral (I)


“…que en mi vida me he visto en tal aprieto”. Escribía Lope de Vega en el segundo verso de un soneto que una tal Violante le había mandado hacer. En tal situación me encontré hace pocos días no por componer sonetos sino por otros motivos sin relación con la poesía. Resulta que en la clase de mi nieta llevan unos días trabajando sobre artistas pintores; los alumnos han reproducido, claro está a su manera, cuadros de Miró, Picasso y otros.  La “seño” pidió también a los niños que aportaran fotos de posibles visitas a museos. Yo había llevado a mi nieta a visitar el de Vañdepeñas con anterioridad y pudo aportar fotos suyas junto a algunas obras de las expuestas. Pero me vi involucrado en estas jornadas cuando a mi hijo se le ocurrió comentar que su padre era escultor. La “seño”, cuyo propósito de interesar a los niños en el arte no puede ser mas encomiable y que alabo enormemente, cazó el comentario al vuelo e inmediatamente le propuso que yo diera una clase sobre escultura. En principio me negué alegando que los alumnos eran muy pequeños. Pero ante el deseo de la profesora, convencida de que la  experiencia sería muy positiva y que la clase se acoplaría  al día que a mí me acomodase,  no tuve por menos que acceder. He dado clases de este tipo en muchas ocasiones, cuando compañeros me lo han pedido pero a  alumnos de ESO o  Bachiller. La dificultad estaba en que mi nieta y sus compañeros-as de aula no han cumplido ninguno los cinco años.

Sin programar nada, ahora ya no estoy para programaciones, preparé varias esculturas en cajas, un poco de escayola, un molde de silicona y algunas herramientas. Me Dirigí a Cobisa, muy cerca de Toledo, donde vive mi hijo, requiriéndolo como ayudante, que para eso me metió en el lío, y al día siguiente nos presentamos en el colegio; debía llenar la última hora de la mañana manteniendo la atención  de veintitrés gnomos sin saber su reacciones, máxime cuando los intereses de los niños no son otros que su héroe de dibujos animados Gormiti y las niñas con la omnipresente Hello Kitty. Ellos ya sabían que les visitaría el abuelo de Lucía que era escultor.

El primer enano que entra a clase después del recreo se dirige a mí, espetándome: “¿eres tú el abuelo de Lucía, el escultor? Yo soy Aitor”. “Sí, yo soy, encantado de conocerte Aitor”, le contesto. Empezamos bien. Cuando terminan de entrar y quitarse los abrigos se sientan en un rincón sobre una moqueta. Mi nieta, porqué no decirlo, se siente muy orgullosa y los mira como diciendo, ahora veréis  lo que mi abuelo os va a enseñar; porque, naturalmente, ella conoce casi todas mis esculturas. A mi nieta Alejandra, más pequeña, le ha dado permiso su “seño” para dejar su clase y presenciar la charla.

Tras las presentaciones pertinentes, les pregunto a bocajarro: “¿qué hace un escultor? Y algunos contestan: “estatuas”. “Bien, pero más apropiado es decir esculturas”, les corrijo. Asienten y se miran unos a otros, han relacionados perfectamente las dos palabras. ¿Qué materiales utiliza el escultor para realizar las esculturas? Tras un breve silencio alguien levanta el brazo: “la piedra”. Miro a mi hijo y saca de una caja una escultura de este material que pesa unos doce kilos, colocándola en el centro del semicírculo. “¿Podemos tocar?”. “naturalmente podéis hacerlo”, les permito. “Está muy fría”, observan unos, “es muy pesada”, comprueban otros. Todo va sobre ruedas, es lo que pretendo, que toquen las formas, los volúmenes y perciban la frialdad o calidez de los materiales. Cojo una maceta y un cincel, la “seño” abre los ojos desmesuradamente: “pero… ahora, aquí…”. “No, sólo quiero que vean las herramientas de tallar  la piedra. Cogen el pesado martillo de acero templado y comprueban que apenas pueden manejarlo. “Tenéis que comer mucho para utilizar esta herramienta”, les aconsejo.

(Continuará)