Abu Simbel

Decían los guías turísticos de Egipto, al menos hasta la caída de Hosni Mubarak, que Ramsés II continuaba dándoles trabajo -a ellos bien remunerado-. También a miles de egipcios que basan sus exiguos ingresos alrededor del turismo. Y es cierto porque aquél faraón de la XIX dinastía, fue uno de los más grandes  constructores en la historia del país del Nilo y del mundo. Es, pues, del que más vestigios arqueológicos se conservan; construidos en su activo y largo reinado de casi siete décadas. En muchas de las visitas a los imponentes lugares arqueológicos, este faraón es el protagonista.

Quizás dos de los más bellos e impresionantes sean los que mandó construir en honor suyo y de su esposa Nefertari (“hermosa compañera”) situados en Abu Simbel en el valle de Nubia, a orillas del Nilo. Fue necesario alisar un farallón o acantilado de piedra  para formar un plano de cuarenta metros de largo por treinta y tres de alto y, a partir de esa superficie, comenzar a tallar en la roca viva. La fachada está presidida por cuatro colosales estatuas sedentes de veinte metros de altura, las cuatro iguales y con los rasgos del faraón. Horadaron varios corredores hasta una profundidad de sesenta metros  además de introducir varias estatuas de nueve metros de altura. El de la reina Nefertari se encuentra a cien pasos al norte del primero. Presiden la entrada seis esculturas, cuatro del faraón y dos de la reina e igualmente fue excavado en la roca.

Las crecidas anuales del Nilo suponían a veces, que el agua llegase a un metro de los templos. Pero con la construcción de la presa de Asuán, muchas de estas maravillas del arte creadas  a los pies del mítico río comenzaron a correr serio peligro. Por lo cual la UNESCO lanzó un mensaje de auxilio a todo el mundo: ‹‹ ¡Los dioses se ahogan!››. Naturalmente solicitando, además, fondos para salvar aquellos tesoros artísticos que quedarían sepultados por las aguas a medida que, por las sucesivas remodelaciones de la presa, fueran conformándose en un colosal embalse con el nombre del gran militar, estadista y presidente  de la entonces República Árabe Unida : lago Nasser. Atendida la llamada, casi todos se desmontaron  y se reubicaron en otros lugares. Pero quedaban los de Abu Simbel. El tamaño de aquellos colosales templos y el estar enquistados en la roca, causaba respeto y amedrentaba al equipo de arqueólogos, ingenieros y científicos encargados de su rescate.

De los proyectos recibidos para el salvamento, los había de todas clases; desde los posibles hasta los absurdos. Entre ellos, una asociación internacional de estudiantes proponía desviar el curso del Nilo con potentes explosivos atómicos. Pero el plan aceptado por el gobierno egipcio y la UNESCO EN 1961 consistía en sacar cada templo cortado en un solo bloque, cubrirlo con una envoltura de hormigón y acero y elevarlo a sesenta metros mediante centenares de gatos hidráulicos movidos simultáneamente. Los costos totales de acondicionar el nuevo emplazamiento y colocar los templos ascenderían a una cantidad que podría oscilar de ochenta a noventa millones de dólares de la década de los sesenta del siglo pasado.

Entusiastas de todo el mundo pidieron e intentaron convencer a los gobiernos y magnates de la tierra para que aportaran fondos para este proyecto. Estos templos apenas conocidos tres o cuatro años antes, cobraron fama mundial en poco tiempo. Turistas, eruditos artistas y arqueólogos, corrieron a fotografiar, estudiar y dibujar aquellas maravillas antes de que desaparecieran bajo las aguas del río bíblico donde Moisés fue depositado en una canastilla.