El amigo del emperador (I)

Estaba el artista frente al lienzo apoyado en el caballete. Los colores esparcidos sobre la paleta, tras mezclarlos con el pincel, los aplicaba a la tela. Al tiempo, charlaba animadamente con la persona que en aquella ocasión era su modelo. De qué hablarían aquellos dos hombres con actividades tan dispares. En un descuido, al artista se le escurrió el pincel de los dedos y cayó al suelo. Cuando intentó agacharse para recogerlo, el modelo abandonó su asiento y tomando el pincel, lo entregó al maestro.

Nada hay de extraordinario en que a un artista se le caiga el pincel y sea recogido por alguien que se encuentra  en el taller. Ni siquiera que el  pintor fuese  uno de los más grandes y famosos de todos los tiempos. Quizás algo insólito si se tiene en cuenta la época -siglo XVI- y la identidad de la persona que allí se encontraba posando y charlando amigablemente con el maestro: el emperador Carlos I de España.

En 1530, con motivo de la coronación de Carlos en Bolonia Tiziano fue presentado al monarca y realiza de éste su primer retrato, por el cual recibió, simbólicamente, un escudo del emperador y ciento cincuenta del señor de Mantua que los había presentado. A partir de entonces la relación entre ambos fue traspasando los límites entre pintor y cliente así como los del protocolo para convertirse en una sincera amistad. Prueba de la admiración que el Emperador profesaba a Ticiano, como persona y artista, fue la de nombrarle conde del palacio de Letrán, Conde Palatino, pintor de la corte y Caballero de la Espuela de Oro. De igual modo hizo nobles a sus hijos; honores que nunca hasta entonces se habían concedido a un artista. Esto dio lugar a que muchos cortesanos, corroídos por la envidia, lanzaran comentarios insidiosos. El Rey, Emperador y Cesar, dueño del imperio donde nunca se ponía el sol, comentaba ante los envidiosos: ‹‹ Podemos nombrar a todos los condes que queramos, pero es imposible que podamos hacer otro Tiziano››.

Tiziano Vecellio nació en Pieve di Cadore, según unos en 1477, pero como fecha más probable en 1488. Muy de joven sintió la atracción por la pintura, aún cuando una de las anécdotas que de él se cuentan sea algo exagerada y según la cual, a muy temprana edad, había pintado una virgen con jugo de flores. Sea como fuere, su familia le envía a Venecia para que adquiera conocimientos de pintura. Tuvo varios maestros, prefiriendo entre ellos a Giorgione de Castellfranco. Con veinte y pocos años, su fama comienza a traspasar los límites de la república, rehúsa la invitación para pintar en Roma y ofrece sus servicios a la Serenísima República Veneciana. Pinta para la sala del Consejo en el Palacio Ducal, un enorme lienzo representando la batalla de Cadore contra el emperador Maximiliano y en la que había tomado parte su padre. Esta pintura acabada muchos años después, se destruyó en un incendio y sólo se conoce a través de dibujos. Con esta obra comienzan sus relaciones con la Serenísima y no se interrumpirán hasta su muerte. En la iglesia de Santa María de los frailes llevó a cabo una Asunción para el retablo; pintura grandiosa por sus dimensiones (siete metros de altura por tres y medio) y por su extraordinaria realización. Esta obra le supuso su consagración definitiva y el rompimiento con los anteriores planteamientos pictóricos, así como el comienzo del Renacimiento en Venecia.