El pintor de la vicaría (I)

Corría el año 52 del siglo XIX. Abuelo y nieto se dirigían desde Reus a Barcelona; la precariedad y estrechez económica en que se encontraban en aquellos tiempos de privaciones, les obligó a realizar este trayecto de más de cien kilómetro a pie. Durante el viaje, paraban en fondas y posadas; para reservar los ahorros se ganaban  el sustento como titiriteros con los muñecos que el abuelo, hábil ebanista, tenía fabricados. Se dirigían a la Ciudad Condal para que el muchacho, de catorce años, pudiera dedicarse al arte. El abuelo estaba seguro que llegaría lejos porque Reus, aún siendo ciudad importante, se había quedado pequeña para el futuro artista.

Mariano José María Bernardo Fortuny y Marsal, nació en la citada Reus en 1838. La epidemia de cólera desatada, a la sazón, en Cataluña, dejó  a Mariano huérfano de madre a los once años. Su padre hubo de cerrar el pequeño taller de carpintería y emigrar a Barcelona. Se hizo cargo del niño el abuelo, éste se ganaba  la vida con un teatro de títeres recorriendo los pueblos de la zona. Pronto descubrió las facultades del pequeño, para la pintura, y las fomentó en todo momento.  A los nueve años compaginaba su asistencia a la escuela con las clases de dibujo; después, todavía en su ciudad, tomó clases de óleo, acuarela e incluso de orfebrería.

Permaneció en Barcelona seis años, durante los cuales fue aprendiz en un taller de escultura y se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de la Lonja, en la que sus profesores ya le auguraban un futuro glorioso en la pintura. Dirigido por las estrictas pautas académicas, Fortuny realiza obras de temática mitológica, religiosa e histórica. Los cinco años de academia le convirtieron en un artista excelente, dominando con maestría el dibujo, color, luz, composición y todo lo relativo al oficio. Sus recursos económicos los conseguía  realizando litografías, estampas religiosas, dibujos e incluso ilustró una novela de Alejandro Dumas y el Quijote. En 1857 gana el concurso de la Academia de Bellas Artes de la Diputación de Barcelona cuyo premio le permitía ocupar una plaza de pintor pensionado en Roma, con 8.000 reales anuales durante dos años. Este hecho fue determinante en su futura carrera pues le permitirá completar su formación. Pero tienen pendiente el servicio militar que le impide su marcha. Recurre a uno de sus protectores en Reus que paga la cuota de exención de dicho servicio y una vez libre, viaja a Italia.

Durante su estancia de pensionado en la Ciudad Eterna, la recorre de arriba abajo; visita palacios, museos, villas, jardines; observa, dibuja, pinta, copia y se empapa de los clásicos. Pero también se interesa por las nuevas tendencias de los pintores florentinos y napolitanos. Mantiene contacto permanente  con su querido abuelo que muere el día de San José de 1859. Periódicamente tiene que mandar trabajos a la Diputación, su mecenas. Y es la misma quien le envía a la guerra de Marruecos para pintar varios cuadros de gran tamaño que deberían ensalzar las hazañas de un batallón catalán al mando del general Prim, paisano suyo.

Durante los tres meses de estancia en Marruecos, realizó numerosísimos apuntes, bocetos y esbozos. Sólo llegaría a materializar un cuadro, inconcluso, de los encomendados, La batalla de Tetuán (Museo Nacional de Arte de Cataluña). Quedó profundamente impresionado con el descubrimiento del mundo islámico, el paisaje del norte de África y sus contrastes de luz y color, sus gentes y sus costumbres; de tal forma, que supuso un cambio en su temática y estilo.