El forjador de sueños

Un día húmedo y plomizo propio de las tierras del norte,  el escultor viajaba en automóvil con uno de sus ocho hijos por una de aquellas estrechas carreteras. Charlaban pero atentos, ambos, a un camión que venía en dirección contraria.  En los segundos que duró el cruce y cuando el enorme vehículo pasó ante ellos el artista, con ojos de águila, miró por el espejo retrovisor con mucho interés. Su retina había grabado la carga que aquel camión llevaba en su plataforma sin laterales. Inmediatamente  apremió a su hijo para que diese la vuelta donde le fuera posible y alcanzase al trailer  que acababa de cruzarse con ellos. El joven, sorprendido, sin entender lo que ocurría miró a su padre extrañando, pero ante la insistencia del artista, no tuvo más remedio que avanzar más  de un kilómetro hasta encontrar el camino perpendicular de una finca donde, por fin, pudo cambiar de sentido para perseguir al enorme vehículo que, por fortuna, no circulaba a mucha velocidad. Al llegar cerca del trailer indicó a su hijo que lo adelantase. Cuando le fue posible lo hizo y el artista, sacando el brazo por la ventanilla, comenzó a indicar al conductor que se detuviese. El camionero extrañado y pensando que algo iría mal en la carga así lo hizo.  El artista bajó del coche y dirigiéndose al conductor se disculpó, en primer lugar, por hacerle perder tiempo; acto seguido le preguntó con gran interés de dónde procedía la carga que transportaba. Cuando el Chofer le informó, volvieron a dar la vuelta y siguieron la ruta que llevaban padre he hijo. Al año siguiente el escultor presentaba algunas esculturas realizadas en granito rosa, procedente de las canteras que el camionero le había indicado. Era la primera vez que el artista utilizaba este material para sus obras.

Eduardo Chillida Juantegui (1924-2002) nació en San Sebastián. Tras abandonar los estudios de arquitectura en Madrid, se inscribe en una academia particular donde comienza su interés por la escultura. En 1948 ingresa en el colegio de España en París y pasados tres años de tanteos artísticos, vuelve a su tierra, ya casado, para instalarse en Hernani en una casa cedida por su tía. Abandona los trabajos figurativos con la idea clara de trabajar únicamente en el campo del abstracto. Comienza en la fragua de un amigo herrero que le enseña el trabajo de la forja; recorre las chatarrerías de Guipúzcoa en busca de hierro pudelado o dulce, (éste tipo de hierro es muy apto para forjar en el yunque y de mejor resistencia a la corrosión).

Monta propia fragua en el garaje de la vivienda y realiza esculturas con viejas herramientas de labranza. Pronto sus trabajos adquieren importancia y consigue diploma de honor en la Trienal de Milán, comenzando su ascenso. En 1956, expone veintisiete hierros en la galería Maeght de París con gran éxito. En el cincuenta y ocho obtiene el Gran Premio de la Internacional de Venecia, su obra es reconocida mundialmente.

Nunca utilizó el bronce, su material preferida fue el hierro, en este metal forjó en la fragua sus “Temblores”, “Rumores” y “Yunques de sueños”. Después incorporó para sus trabajos la madera, hormigón armado, alabastro, tierra refractaria cocida y granito. Su obra oscila entre pequeñas formas y poderosas realizaciones en hierro macizo u hormigón, carentes de todo vestigio figurativo. Sus esculturas se reparten por los museos de todo el mundo, ha recibido los máximos reconocimientos artísticos

Durante gran parte de su vida fue dando forma a su querido proyecto “Chillida Leku” en Hernani, Guipúzcoa. Un remodelado caserío vasco donde se exponen obras de pequeño tamaño; rodeado de un  hermosísimo espacio verde y arbolado de doce hectáreas en las que se esparcen ciclópeas esculturas de hierro y donde el visitante “podía” admirar la ingente obra del artista en toda su magnitud y excelencia. Podía porque, desgraciadamente, tras diez años de apertura el museo ha cerrado sus puestas al público por problemas económicos y falta de acuerdo con el gobierno vasco.