Artistas “asesinos”

Allá por los años ochenta , cuando nuestra democracia era un bebé, muchos artistas plásticos de Ciudad Real fuimos convocados a unas jornadas sobre arte que se celebrarían en la capital de la provincia, concretamente en la antigua residencia juvenil El doncel. Durante los tres días que duraron las mismas, lógicamente, se habló de temas referentes al arte y sus circunstancias en aquellos años de cambios trascendentales.

Problemas y dificultades, mercado, galerías, críticos, posibles acciones y otros asuntos; por otra parte igual que ahora. Intervinieron conferenciantes, se llevaron a cabo trabajos de grupo y exposición de lo discutido; surgió, incluso, la posibilidad de fundar una asociación provincial de artistas para establecer intercomunicación con los colegas.
Al final, los organizadores calificaron aquellas jornadas como altamente positivas; pero, como era de esperar, todo quedó en agua de borrajas. Cada mochuelo-artista volvió a su olivo-taller y hasta hoy que, quizás reparando en el estado del arte actual, he vuelto a recordar aquella convocatoria y una anécdota.

Resulta que en la última comida de camaradería y despedida, el director de la residencia mandó colocar sobre dos sillas, en posición vertical y apoyada a la pared, una enorme tela blanca que parecía una pantalla sobre la que nos proyectaría algo. A continuación, se colocó cerca de aquella superficie inmaculada una mesa llena de botes de pintura y gran cantidad de pinceles de distintos grosores, todo a estrenar. En realidad se trataba de un lienzo bien tenso en su bastidor dispuesto para pintar en él.

El director nos hizo saber a qué se debían aquellos preparativos. Propuso que se pintase un cuadro colectivo que dejaría constancia material de aquellas “gloriosas” jornadas sobre arte; se colocaría en un lugar preferente de la residencia y sería el orgullo de propios y extraños. El primer atrevido comenzaría a pintar lo que su magín le dictase, el siguiente continuaría el tema donde lo dejaba el anterior y así, turnándose con ligereza, hasta terminar el lienzo rectangular de aproximadamente seis metros cuadrados.

Tras los primeros tímidos trazos, la cosa empezó a animarse; sin esperar turno, comenzaron a pintar en la cuantía con que Lázaro de Tormes se comía la uvas y engañaba al sagacísimo ciego: de dos en dos y de tres en tres. Viendo el cariz que tomaba la cosa, muchos decidimos no participar porque disfrutaríamos mucho más como espectadores que actuando en la función, tal como ocurrió. El número de voluntarios siguió en aumento, dándose codazos por participar. Arremolinados sobre el lienzo, ensuciaban, chorreaban, salpicaban y esparcían pintura en la tela y fuera de ella. La escena se iba asemejando a una manada de lobos devorando una infeliz cierva o numerosos y hambrientos buitres, tantos, que no puede adivinarse la presa porque la cubren totalmente; al menos así lo veíamos los regocijados espectadores. En pleno paroxismo pictórico-creativo, comenzaron a menudear las puñaladas al lienzo; no con puñal, claro es, sino con el extremo opuesto a los pelos del pincel, que suele acabar en punta; con lo cual seguían siendo “pinceladas”. Un larguero del bastidor, cediendo a la presión de una coz, se quebró.

Cuando los artistas, satisfechos y orgullosos de su trabajo colectivo, se fueron retirando de la obra o, mejor, de la víctima porque fue un linchamiento sin juicio previo, sólo quedaban los restos de un naufragio, un jirón de vela rescatada de la batalla de Trafalgar, un Ecce homo, un gran trapajo con manchas sin orden ni concierto y grandes rasgaduras…Todo menos lo que el director había previsto, a juzgar por su cara que era un poema; sonreía mientras se acordaba de toda la parentela de primero, segundo y tercer grado de aquellos “creadores”. Al día siguiente quizás la mayor preocupación del director no fuese encontrar un lugar donde colgar el maltrecho lienzo sino buscar un contenedor lo suficientemente grande donde tirarlo. Por cierto, uno de los temas tratados en las jornadas fue incentivar un acercamiento amable, comprensible y paulatino del arte a un público escéptico y poco entendido.