Arte que no se ve (y II)
Desde aquellas terrazas poco visibles desde el exterior y como un bosque pétreo, los arbotantes se mostraban más cercanos. En sus volúmenes curvos y mastodónticos podían observarse los trabajos de talla ornamental que desde la calle difícilmente se aprecian. Algunas esculturas en hornacinas o pedestales adosados a los muros, se erguían solitarias, condenadas a ver tan sólo a los albañiles si es que subían a reparar algo; las gárgolas de fauces abiertas, mostraban la misma ferocidad que las de la calle; puede que más al ser observadas de cerca e importunadas en su siesta. Si se visita el poblado del Oeste en Almería; allí, las fachadas de madera, se apuntalan desde dentro con gruesos listones, el interior está vacío; excepto el saloon, donde realmente puede tomarse una cerveza, todo es, lógicamente, decorado y artificio.
Aquí, sin embargo, el escultor o cantero de aquellas tallas, absorto en su quehacer y por orden del maestro constructor, las llevaba a cabo con la misma meticulosidad y celo profesional que si fueran a colocarse en lugares más cercanos y visibles. Todos aquellos trabajos podían haberse evitado, pues apenas fueron ni son admirados por nadie y, sin embargo, allí estaban y allí están, ocultos, resguardados de las miradas inoportunas; si el tiempo, la contaminación y la mala calidad de muchas de sus piedras no acaban con ellos.
Sin abandonar la catedral, existen otros trabajos muy específicos condenados, también, casi al anonimato y que se encuentran en las sillerías de los coros de ésta y la mayoría de las catedrales. Ahora dejando la piedra y tomando la madera, podría hablarse de estos inmensos conjuntos realizados en materiales nobles como el castaño o la caoba. En ellos fueron tallados toda una serie de ornamentaciones vegetales, relieves de figura humana con temas bíblicos etc. Brazos, respaldos, patas pasamanos, paneles y todo lo que fuera una superficie de madera, no escapaba a la gubia del tallista o entallador.
Sabido es, que en este lugar del templo se reunían clérigos, canónigos y demás personajes eclesiásticos.También, en muchas ocasiones, prebostes de la ciudad o forasteros importantes; invitados para la celebración de solemnes, interminables y pomposas ceremonias religiosas. Debido a la larguísima duración de los actos, los ocupantes de estos privilegiados escaños aún cuando, naturalmente, permanecían cómodamente sentados, también debían aguantar largos periodos de tiempo en pie. Y aquí toman protagonismo las, casi anónimas, “misericordias”. Estos sillones, dispuestos como los de un cine o teatro tenían, como aquellos, los asientos abatibles. Cuando debía permanecerse en pie, el receptor de las egregias posaderas se levantaba hasta la posición vertical. Pues bien, bajo estos asientos, arrimados al borde exterior, se adosaba un bloque o suplemento sobre el que podía apoyarse y adoptar una postura que no era ni sentada ni totalmente erguida. De tal manera se mitigaba, en cierta medida, la pesadez de permanecer en pie largo tiempo; de ahí el nombre de “misericordias”. Esta pequeña repisa sólo era visible cuando se levantaba el asiento, pero inmediatamente quedaba cubierta por la citada “parte trasera” de sus ilustres ocupantes.
En estos salientes, semiocultos, los tallistas dieron rienda suelta a su imaginación y osadía, tallando pequeñas figuras de diversa índole y temática. El artista describió, satirizó y criticó no con la pluma sino con el mazo y la gubia. Animales de la realidad o pertenecientes al bestiario medieval, toda clase de oficios y, en muchas ocasiones, la figura humana, hombres y mujeres, en posturas desde irreverentes hasta desvergonzadas y obscenas (catedral de Plasencia, por ejemplo).