Arte funerario
Comenzó como una moda rara y extravagante, pero hoy es una actividad bastante común en ciudades grandes. Son los circuitos turísticos a los cementerios; pero no se trata de visitas, de color rosa, a la tumba del cantante, tonadillera, actor o personaje famoso que ha dejado este mundo, ya que esta clase de peregrinaciones morbosas se llevan a cabo hace mucho más tiempo. Aquí el objetivo es conocer el arte y la historia que encierran los campos santos.
De hecho, estas visitas ya se venían realizando, esporádicamente, por grupos de alumnos de Bellas Artes guiados por algunos profesores dignos de elogio por sus deseos encomiables de, con algunas molestias por su parte, enseñar a sus discípulos. En estas clases, los estudiantes toman apuntes en un museo de escultura al aire libre. Por otra parte, el escultor y orfebre, Benvenuto Cellini relataba, allá por el siglo XVI, cómo el cementerio de Florencia, en primavera, era visitado por infinidad de personas con la intención de pasear, admirar estatuas y aspirar los perfumes de las flores de sus bien cuidados jardines.
Las fechas señaladas en las que los visitantes, en masa, llevan flores a sus seres queridos, obviamente, no son apropiadas. Pero fuera de éstas y desde una perspectiva y propósitos distintos, en un día soleado, aún pareciendo una visita inusual y nada seductora, puede deparar gratas sorpresas. Y es que el arte y, por lo tanto, la belleza también se encuentran en estos lugares que siempre nos pueden causar miedo, recelo, respeto, superstición y otros sentimientos. Pero también, porqué no, sensaciones de paz, serenidad y sosiego o, quizás ante ciertas obras, emociones ajenas al duelo y al dolor…
Es lógico que las grandes ciudades alberguen en sus cementerios más cantidad de esculturas que en los pueblos pequeños. Ante el propósito de admirar arte escultórico deberán descartarse, casi por completo, los patios nuevos, puesto que el dicho “La muerte nos iguala a todos” se cumple. Aquí no hay arte, todo es impersonal, monótono y homogeneizado; todas las lápidas son de granito gris, fabricadas por máquinas automáticas que funcionan día y noche solas, siguiendo las instrucciones de un ordenador. Adornadas con figuras de palomitas y Cristos de resina, imitación bronce, que con el tiempo degeneran en un color horrible. Pero no puede ser de otra manera, hay que reconocer que una tumba, aún siendo estándar, resulta cara. Para salir de lo común hay que ser pudiente, en cuyo caso la parca no consigue, al menos exteriormente, igualar a los finados.
Pueden admirarse en ciertos cementerios, sobre todo en los viejos patios, retratos esculpidos en relieve o esculturas de bulto (tridimensionales), del difunto. Alegorías al tiempo, a la partida, a la tristeza y a la esperanza; todo ello en representaciones neoclásicas, modernistas o neogóticas de arcángeles, ángeles custodios y toda una serie de figuras con sutiles velos o suaves drapeados de bronce o mármol cargadas, a veces, de morbidez y erotismo.
Muchos han sido los escultores de renombre que han llevado a cabo encargos funerarios; Victorio Macho (1887-1966) al doctor Llorente en el cementerio de San Justo, Madrid; al poeta Tomás Morales en Las Palmas de Gran Canaria, entre otros. El escultor catalán Joseph Llimona (1864-1934) realizó numeroso panteones en localidades importantes de Cataluña. Pero, quizás, el grupo escultórico más espectacular de este tipo, sea el monumento funerario a Joselito, “El Gallo”, en el cementerio de San Fernando de Sevilla, obra del valenciano Mariano Benlliure (1862–1947). Un expresivo y sobrecogedor grupo de broncíneas figuras, trasportan a hombros al maestro (labrado en mármol), en su féretro.