El periodista y el genio

Hace pocas fechas la prensa nacional se hacía eco del fallecimiento, en París donde residía, del periodista catalán Ramiro Oliveras. Nació en octubre de 1929 y ha fallecido el octubre pasado. En 1956 se instaló en París como corresponsal de la Cadena Ser y la revista Destino. Llevó a cabo numerosas entrevistas a personajes de las letras, artes, moda etc. Cierto día escuchando un programa radiofónico le entusiasmó de tal manera que pensó trasladar el formato a España. Y así nació, en 1960, uno de los programas que más trascendencia han tenido en la radiodifusión española: “Ustedes son formidables”. Durante diecisiete años, con este espacio nocturno, consiguió la ayuda económica de miles de radioyentes para los casos más dispares  de necesidad extrema.

Y viene a cuento, en esta sección, su fallecimiento porque además de ser aficionado a la radio y uno de los miles de oyentes que en alguna ocasión escuché el programa, me ha venido a la memoria cierta noche, no recuerdo qué emisora, en la que él era el entrevistado. Relató una anécdota que tiene que ver con el arte. Posiblemente, el paso de los años y mi memoria hayan cambiado las formas de la citada anécdota pero no lo sustancial de la misma.

Contaba el periodista que entre sus diversas entrevistas a personajes famosos, pensó interviuvar  nada menos que al genio de las Artes Plásticas, Picasso; a la sazón y por siempre, hito en las Bellas Artes. Comenzó a mover hilos, contactando con personas lo más cercanas posible al pintor, con el fin de recabar ayuda para  llevar a cabo su interviú. Tras muchas barreras e impedimentos, pues el artista no se prestaba fácilmente a recibir visitas en su taller si no eran muy íntimas, su insistencia y esfuerzos dieron sus frutos.

Acordado el día y la hora; preparado, pertrechado de lo necesario y muy nervioso, se presentó en el estudio del pintor. Tenía poquísimo tiempo porque Picasso acababa de comer y era costumbre, inmutable, que el artista se echase a la siesta. Pero, según relataba Oliveras,   se produjo tal empatía mutua que, a los pocos minutos, el genio charlaba amigablemente fuera del guión programado. No obstante, el pintor le hizo saber que se retiraba a descansar. Sin embargo, cosa extrañísima, no lo despidió; indicándole que, si así lo deseaba, podía esperarle allí mismo en el estudio y al terminar su descanso, retomarían al conversación. El periodista, sorprendidísimo por la propuesta, aceptó encantado. Allí quedó solo, sintiéndose un elegido y el hombre más feliz de la tierra.

Tuvo tiempo de curiosear, mirar y admirar, rodeado de lienzos terminados y a medias; cuadros apoyados en la pared, de cara y de espaldas, en los caballetes; pinturas por doquier, decenas de pinceles, botes y tubos… Un mundo mágico al  que pocos mortales tenían el privilegio de acceder. En unas mesas había, sin orden ni concierto,  infinidad de bocetos sobre papel. Se permitió la licencia de cogerlos para mirar e incluso, sabiéndose solo, le asaltó  la tentación de guardarse, bajo la camisa, uno de aquellos dibujos… Pero no fue capaz.

Transcurrida una hora y media, que a él le parecieron pocos minutos, se presentó de nuevo Picasso para continuar la charla en el mismo tono cordial en que la dejaron. Al finalizar  la entrevista, se despidieron amigablemente. Pero antes, el artista se acercó a una de las mesas, echo un vistazo y cogió un dibujo, garabateó  una dedicatoria y se lo entregó al estupefacto periodista. Tal fue su alegría, contaba, que no pudo reprimir dar un abrazo al genio.

Pero Ramiro Oliveras, artista de las ondas, también contó que un día se produjo un incendio en su piso; una de las pertenencias, quizás la mas querida,  que el fuego devoró, fue el dibujo de Picasso.