Domingo el griego (I)
Andaban los impresionistas franceses batallando contra las normas establecidas en la pintura tradicional, investigaban nuevas formas de expresión y buscaban un distinto tratamiento de la luz y el color. Descubren al artista y estudian su manera tan particular de pintar; y deciden que él es un ejemplo de pintor moderno. De súbito su fama despierta después de más de tres siglos dormida; porque efectivamente era un pintor del siglo XVI. El canon griego establecía, tomando como medida una cabeza, que la figura bien proporcionada, debería medir siete cabezas y media; para atletas o héroes, ocho. Con un estilo original, desacostumbrado e inusual, nuestro artista llegó a utilizar un canon de diez o más cabezas; de ahí sus cuerpos alargados, con una misteriosa distorsión, infundiendo a sus cuadros un gran impacto emocional. Dos encumbrados oculistas, “entendidos” en arte y queriendo afeitar un huevo, afirmaron que, para pintar así, el pintor había sufrido miopía y astigmatismo; un crítico, también “elevado”, lo llamó demente, y otro, en el colmo de la estupidez, morfinómano. Todo para intentar justificar lo que en realidad era un estilo personalísimo e inconfundible. Quizás fueran ellos los que sufrían deficiencias oculares o de otra índole.
El artista nació en Candía, isla griega de Creta, en 1541.Bautizado con el nombre de Doménico Theotokópoulos y conocido en el mundo del arte por El Greco. Tras su salida del anonimato, los marchantes y coleccionistas franceses se echaron a la calle en tropel con dirección a Toledo. En la ciudad imperial y sus pueblos, removieron, o mandaron remover, desvanes, buhardillas, sótanos, cámaras y camaranchones, aún pasado el tiempo, con sabores quijotescos. Los incautos párrocos de pequeñas ermitas se desprendieron de algún cuadro del Greco pensando que hacían un buen negocio. En los años cuarenta del pasado siglo, todavía hubo algún coleccionista de buen olfato que, en el rastro madrileño, se hizo con alguna tela del griego a buen precio.
Muy poco se sabe del artista pues no existe mucha documentación sobre él. Igualmente se desconoce el paradero de muchos de sus lienzos. Los cuadros inventariados en la actualidad no llegan a trescientos. A los dieciocho años, el Greco ya prometía como pintor. Con propósitos de triunfo, marcha a Venecia donde trabaja a las órdenes del gran Tiziano; la influencia del maestro fue importantísima para su perfeccionamiento.
Posteriormente se traslada a Roma; Miguel Ángel iluminaba el universo artístico de la Ciudad Eterna. El Greco, quizás por su intrepidez de juventud, comete un gran error. Se le había pedido al “Divino” tapar las vergüenzas a las figuras del “Juicio Final” de la Sixtina. Ante la negativa del “Terrible”, que incluso tuvo que vérselas con el “Santo Oficio”, el descarado joven se ofrece, si hay que destruirlas, a llevar a cabo un nuevo e incluso mejor trabajo. Esto provocó tal reacción e ira en los manieristas forofos de Miguel Ángel que el artista hubo de poner pies en polvorosa.