El genio del siglo XX (I)
Todo lo tenía preparado el jovencísimo artista para abrir su primer aguafuerte. Comenzó a dibujar en la plancha un picador a caballo, sosteniendo la pica en la mano derecha. Pero en el transcurso del trabajo, cayó en la cuenta que al invertir el dibujo en la prueba, la lanza del jinete quedaría en la mano izquierda. Tras unos minutos de discurrir y puesto que no había manera de corregir lo hecho, siguió trazando rayas en la plancha como si no le importara mucho el no haber tenido en cuenta tal detalle. Cuando el trabajo fue pasado al papel, lo miró satisfecho por los buenos resultados y dio título a aquel grabado: “El picador zurdo”.
Aquel muchacho bajito, fornido, de ojos oscuros y penetrantes, de curiosidad infinita, que revolucionó la pintura moderna, el más relevante artista del siglo XX, a quien todo el mundo conoce aún los alejados de ambientes artísticos, no podía ser otro que Picasso.
El genio malagueño Pablo Ruiz Picasso nació en 1881. En la escuela no progresaba, no le gustaban ni los números ni las letras. Por lo que el padre sabiendo de las dotes de su hijo para el arte a la más temprana edad, no dudó en incentivar su vocación. Su progenitor, era profesor de dibujo, pero había fracasado como pintor; se volcó en apoyar y enseñar a su hijo intuyendo que llegaría muchísimo más lejos que él, pero sin imaginar hasta donde. Todos los días lo llevaba a la escuela de artes y oficios de donde era profesor en Málaga.
Su padre aceptó una plaza en la Coruña y la familia marchó a tierras gallegas. Tras un tiempo, el padre permutó su plaza con un compañero y marcharon definitivamente a Barcelona. A pesar de no tener la edad, solo catorce años, se matriculó en la Academia de Bellas Artes de la Lonja. Es admitido a ingreso por ser hijo de profesor, superando con creces el examen. Marchó a Madrid a la academia de San Fernando pero apenas asistió a las clases. Visitó el museo del prado y copió los grandes maestros. Debido a su escaso dinero, no podía comprar lienzos y pintaba sobre lo pintado con lo que se han perdido obras de este periodo. Su pintura es por ahora tradicional y figurativa, dirigida por su padre. Conoce a la vanguardia catalana: Casas, Rusiñol, Gaudí etc.
Pronto sintió la llamada de la ciudad del arte, la “Ville Lumiere”. En 1900 llegó por primera vez a París, tras visitar varias galerías, la marchante Berte weill le compra tres telas taurinas, de las que había traído de Barcelona, por 100 francos. No obstante, sufrió fortísimas penurias económicas; su gran amigo Max Jacob lo recogió en su habitación; cuando éste trabajaba, Picasso dormía, a la vuelta de Max, el artista pintaba de noche; compartían igualmente un sólo sombrero. Las privaciones junto con la nostalgia hacia sus amigos artistas y familiares, le hicieron regresar a Barcelona. Hasta entonces la firma en sus cuadros rezaba “P. Ruiz”, luego “P. Ruiz Picasso”. Por último, a los veinte años, decidió que “Picasso” era suficiente. El apellido materno, de procedencia italiana, le parecía más interesante y sonoro, le atraían las dos eses. Más tarde comentaría lo vulgar que hubiera sido el apellido del padre y ponderaba los de pintores famosos: Rousseau, Matisse o Poussin.
Tras varias idas y venidas, se estableció definitivamente en 1904 en el celebérrimo barrio bohemio de Montmartre junto a numerosos pintores y poetas. Sus trabajos hasta ahora habían sido las pinturas azules (”periodo azul”), frías y melancólicas, reflejo de su estado de ánimo; las figuras se alargan recordando al Greco y se intensifica el color azul (“La vida”, Museo Cleveland). Conoce a la primera de sus muchas compañeras a lo largo de su vida, Fernande Olivier, vecina de habitación.