Desnudo femenino y algo más…
La galerista cruzaba la calle hacia la comisaría que se encontraba frente a su sala. Había sido requerida para tratar, inmediatamente, un tema relacionado con su actividad. Al entrar en el despacho del comisario encontró a éste sentado en su escritorio, se atusaba el bigote. De su boca y cachimba, apretada entre los dientes, salían espesas volutas de humo, sus ojos despedían chispas y de vez en cuando resoplaba. Aquel comisario no era tal sino una vieja locomotora. La galerista comenzó sentir cierta preocupación pues conocía la causa del enfado del jefe de policía.
Hacía poco tiempo que Berthe Weill había instalado su sala de arte frente al emplazamiento policial. Ese día de 1917 inauguraba la exposición de un artista, a la sazón, pobre y desconocido: Amedeo Modigliani. De entre los cuadros expuestos, varios eran desnudos; uno de éstos fue colocado por la galerista en el escaparate como reclamo. Los transeúntes comenzaron a detenerse y en poco tiempo, un nutrido grupo de curiosos se arremolinaban frente al expositor, armando tal revuelo que no pasó desapercibido a los gendarmes de enfrente.
El comisario, con voz severa, recriminó a la galerista el escándalo que suponía exponer aquellas pinturas indecentes, casi pornográficas. En pocas palabras, le conminó a retirar el desnudo expuesto en el escaparate y los del interior, so pena de ser requisados inmediatamente. Berthe Weill, sin muchas esperanzas de convencer al comisario, arguyó que aquellos lienzos eran verdadero arte y que el París de aquellas fechas ya estaba acostumbrado a los desnudos, sobre todo, los auténticos amantes de la buena pintura. El comisario miro a la galerista con menos dureza y bajando la voz, con cierto embarazo, le dijo que aquellas figuras femeninas en posturas provocativas ¡mostraban el vello púbico!
No era la primera vez, años atrás Manet había provocado un escándalo con su “Desayuno sobre la hierba” (Museo d’Orsay, París), expuesto en el Salón de los Rechazados, en 1863. No por la desnudez de la figura femenina ni el citado vello, que no mostraba. El primero en cometer el atrevimiento fue Goya con su “Maja desnuda” (Prado), que le acarreó algún problema con la Inquisición y suscitó un tremendo revuelo en el Madrid dieciochesco. Pero la palma se la lleva “El origen del mundo”, pintado en 1866 por el francés Coubert. Muestra en primer plano un sexo femenino con una exacerbada realidad y un realismo aplastante para la época. Anduvo en manos de varios propietarios con un misterio tal, que llegó a dudarse de su existencia; actualmente se exhibe en el d’Orsay parisino.
Pero el escándalo de los casos anteriores residía en trasgredir las normas establecidas en occidente, por la cuales los desnudos debían carecer de vello púbico. En las representaciones artísticas se recreaban formas idealizadas y, lo más importante dejando a un lado las vellosidades del monte venusino, debían estar encuadradas en un contexto alegórico-mitológico: Náyades, Dríadas, Limónides y Nereidas, por citar algunas de las innumerables ninfas, las cuales eran, muy a menudo, golosinas apetecibles, deseadas y perseguidas por los galgos y lujuriosos sátiros; así como diosas, semidiosas, heroínas, mortales amantes del Zeus griego o el Júpiter romano, forzadas o no, y toda una caterva olímpica. Por lo tanto, los casos anteriores habían sido sacados del citado contexto. En el Desayuno de Manet, por ejemplo, la señora desnuda está junto a dos caballeros vestidos, naturalmente, según la moda de la época en que se pintó. A los escandalizados de entonces, les parecía más que un desnudo venusto, una peliforra con dos clientes.
Otros muchos artistas siguieron y siguen creando entorno al desnudo femenino, sin ataduras ni atavismos y considerando la obra de arte, además de su belleza plástica, como objeto de placer. Lo que Coubert llamara “Origen del mundo”, Rodin lo denominaba “el túnel eterno”; algunas de sus esculturas son fuertemente sexuales y sus dibujos de una explicitud extrema. Pero quizá sea Egon Schiele, que merece capítulo aparte, quien en sus magistrales dibujos y pinturas, retrate el desnudo de manera más natural, simple y, al mismo tiempo, agresiva; “Muchacha desnuda tumbada con las piernas abiertas” (G.S. Albertina, Viena) es el título de una de ellas. Para Shiele “La obra de arte erótica también tiene santidad”. El británico Kennet Clark, crítico de arte, en su libro “El desnudo” afirma que sin el desnudo femenino el arte resultaría mediocre.