Antón el cantero gallego

El niño casi era huérfano, pues, apenas con tres años, sus padres marcharon a “hacer las indias”, como decían los gallegos de entonces. Habían marchado a las Américas en busca de una mejor vida y fortuna, y el pequeño quedó al cargo de Roxiña, una bondadosa mujer que lo cuidaba amorosamente como si de su madre se tratase. Con cinco años, los abuelos se hacen cargo del pequeño y marcha con ellos a Piñor, una pequeña aldea cercana a Orense. El artista recordaba aquellos felicísimos tiempos arcádicos de inocente infancia como los mejores de su existencia. Entre vastos pinares, el pequeño de siete años corretea delante, detrás y a la par de los cadenciosos y pacíficos animales, de grandes ojos, amplias pezuñas, cálido aliento, inmensos vientres y enormes ubres. Podría ser “El vaquerillo” de la bellísima poesía del salmantino Gabriel y Galán. Pero es zagal por cuenta propia pues las vacas son de sus abuelos, moderadamente acomodados

Antonio Failde Gago nació en Orense, 1907. A la abuela le hacía ilusión que el niño estudiase; magisterio sería una buena carrera. Pero él sentía aversión por la escuela, aquel maestro mantenía a rajatabla la mala máxima “La letra con sangre entra” y el infausto colegial recibía contundentes varazos al mínimo fallo. Hoy, por un amplio recorrido del péndulo, la situación, casi, es la inversa.

Firme en su propósito de no estudiar, el niño quiere empezar en algún trabajo. Un noble, honrado y viejo cantero, amigo de la familia, propuso llevarse al niño para que aprendiera el oficio: “Si non lle gusta ou non sirve, sempre se pode cambear”. Y con diez años acompaña al viejo maestro, y el niño queda encantado con aquél trabajo rudo, de hombres rudos que arrancaban la piedra a las entrañas de los montes para hacer con ella cosas bellas. Y disfruta oyendo el martilleo del acero contra el granito. Durante breve tiempo asiste a la escuela de Artes y Oficios de la Diputación Provincial.

A los dieciocho años marcha a Orense para perfeccionarse en el oficio: tallar capiteles, molduras, ménsulas, modillones y todo lo referente a la ornamentación de cantería sin que, hasta entonces, pensara en la escultura. Pero al trabajar en varios talleres de marmolería y ornatos para cementerio conoce, de alguna manera, los principios de la escultura. Y a partir de entonces sabe que traspasará la liviana frontera que separa la artesanía del arte. Con esfuerzo y tesón monta su propio taller con numeroso operarios, tan solo tiene  veintiún años. Consigue ahorrar un dinero pero lo presta a un “amigo” sin documento alguno, y a la hora de reclamárselo se lo niega; viéndose obligado a cerrar su negocio. Le es concedida una beca de la Diputación de Orense y marcha a Madrid a la escuela de Bellas Artes de San Fernando. La exigua cantidad de la beca tan sólo  le permite permanecer un año y medio en la capital de España (ha trabajado en el taller de Capuz). Vuelta a Orense y vuelta a empezar. Al cabo del tiempo abre un nuevo taller de marmolista funerario para alimentar el cuerpo, pero la escultura alimenta su espíritu y ya no la deja…

La escultura de Failde es rotunda, de formas robustas, redondeadas de una ternura infinita, de una belleza serena, de líneas sencillas, de corte románico pero muy particulares, muy suyas; sin caer en lo anecdótico. Son de mármol, algunas de bronce y, sobre todo, de granito, una piedra dura, implacable, que contesta a los golpes del puntero disparando esquirlas y chispas. Pero Failde la conoce, la ama, la domina con ese oficio básico, firme y rotundo de artesano cantero. Su temática son los músicos de aldea, los campesinos, los cabreros, los vaqueros, “As rianxeiras”, los niños, las maternidades; labradas en escultura exenta o en apretados relieves desarrollados sabiamente en el plano.

Su obra se encuentra en colecciones particulares, en museos, como el de Arte Contemporáneo de Madrid. Numerosos monumentos: “Al emigrante”. En el Pico del Avión. Pontevedra. “A Bolívar”. Vigo. “A Alfonso X el Sabio”. Pontedeume. La Coruña, y un largo etc. Failde murió en 1979.