Sandro

La gente iba llegando a la plaza por las calles que desembocaban en ella; en poco tiempo el gentío la ocupó totalmente Todos esperaban temerosos, expectantes. Por encima de las cabezas y en el centro de la plaza, se erguía un altísimo, enorme y abigarrado montón de objetos; rodeándolo hasta la mitad de la altura, como una muralla, leños bien secos estaban dispuestos para quemar aquél gigantesco montículo compuesto por: abanicos, camafeos, vestidos, maquillajes, espejos, perfumes, antifaces, peinetas, instrumentos musicales, libros licenciosos, cuadros, dibujos y tallas de madera con el mínimo atisbo de erotismo y cualquier adorno que insinuase frivolidad o algún signo, por leve que fuera, de indecoro, así como todo lo que incitase al pecado o la lujuria.

Era 7 de febrero de 1497, miércoles de ceniza, Plaza de la Señoría de Florencia, aquella Florencia sublime, grandiosa, magna,  cenit y cúspide de la cultura y el arte, cuna del Renacimiento. Pero también la Florencia turbulenta, desordenada, de las insidias e intrigas, de las luchas por el poder, de los envenenamientos y de las dagas afiladas, prestas para asesinar sin sutilezas; y como no, de la abyecta corrupción y nepotismo llevado a cabo por el papa valenciano Alejandro VI, cuyos tentáculos llegaban a esta ciudad.

Prendieron fuego a la hoguera y comenzó a crepitar como una falla. El resplandor iluminaban el rostro de Sandro que miraba a las llamas acongojado e intuía consumidos por éstas los bellísimos dibujos de desnudos que había arrojado a la hoguera, una de aquellas “hogueras de las vanidades” como dieron en llamarse (siglos después, un escritor y un cineasta utilizarían ese nombre para sus respectivas novela y película). Todos aquellos objetos, pasto del voraz fuego, habían sido recogidos por orden del aquilino y exaltado dominico, Girolamo Savonarola, azote de los poderosos, de la misma iglesia y, por aquellos días, dueño de la ciudad.

Y en aquella época y ciudad  nació Sandro Botticelli, 1445. Es curioso su apellido, que no era tal sino un apodo que le vino indirectamente. A su hermano Giovanni, mayor que Sandro y que hizo las veces de tutor, le llamaban, no está claro si por su gordura o por su afición al vino,  “boticello”, en italiano “barrilete” y que más tarde adoptó el artista pero con menor intención burlesca: Botticelli. Su nombre completo era Alessanadro di Mariano di Vanni Filipepi. El delgado y enfermizo muchacho trabajó breve tiempo en el taller de su hermano Antonio, orfebre de profesión. Con su vocación definida, pasó al taller del pintor fray Filippo Lippi (que había colgado los hábitos al mantener relaciones con una novicia). Años más tarde, cuando Filippo murió, Botticelli abrió su propio taller y acogió como discípulo y ayudante a Filippino, hijo de su maestro que había tenido a éste y otra hija, fruto de sus relaciones con Lucrecia, la novicia.

Comenzó a recibir encargos modestos hasta que realizó un trabajo para el Palacio de los Mercaderes. Después llevó a cabo un fresco en la catedral de Pisa. La primera obra maestra del artista fue “La adoración de los reyes magos”, (Galería Uffizzi, Florencia), encargada por un miembro de la corporación de cambistas y quien posiblemente, le introdujo en la familia Médicis; algunos de sus miembros y él mismo, están representados en la citada “Adoración”.