El magnífico
Florencia, año 1478, 26 de abril, domingo de Pentecostés. El Duomo o catedral de Santa María dei Fiori mostraba aquella luminosa mañana su envoltura esplendorosa de mármoles verdes y blancos. El interior del templo se encontraba abarrotado de fieles que asistían a misa mayor. Los asientos preferenciales estaban ocupados por altos dignatarios y personajes ilustres que acompañaban a los príncipes gobernantes de la ciudad: los hermanos Médicis.
En el transcurso de la ceremonia, según se había planeado, un nutrido grupo de sicarios encabezados por Francisco de Pazzi y Bernardo Bandini, se abalanzaron sobre los dos mandatarios. El acto religioso se convirtió en una infernal marabunta de gritos de terror y espanto. Julián, el menor de los hermanos, fue cosido, literalmente, a puñaladas pues recibió más de veinte. Lorenzo, con leves heridas, escapó milagrosamente del atentado; los componentes de su guardia, quizás sobrepuestos de la sorpresa, consiguieron protegerlo mientras lo conducían a la sacristía. Varios de los conspiradores murieron a manos de la muchedumbre encolerizada. Francisco de Pazzi y otros conjurados fueron ajusticiados de inmediato. Bernardo Bandini, huido a Constantinopla, fue reclamado al sultán y ahorcado posteriormente. Este episodio es conocido por la Conjura de los Pazzi (familia de banqueros enemiga de los Médicis), que pretendía acabar con la hegemonía de éstos. El fallido golpe afianzó aun más la popularidad del duque, recibiendo el apoyo de los florentinos.
Lorenzo de Médici nació en Florencia el 1 de enero de 1449. Con tan sólo veinte años, a la muerte de su padre, hubo de hacerse cargo del gobierno. Pero además de la responsabilidad como estadista, fue banquero, poeta, filósofo y, sobre todo, merecedor del nombre tomado de aquel noble romano, Cayo Cilnio Mecenas, protector e impulsor de las artes. Lorenzo fue un auténtico mecenas renacentista; entendido y amante del arte, patrocinador de una pléyade de artistas de futuro renombre como, entre otros muchos, Sandro Botticelli y Miguel Ángel Buonarroti. Además difundió el arte de Florencia por toda Europa, haciendo de esta ciudad el paradigma y centro de peregrinación de todos los artistas de aquella época. Descuidó sus negocio en pro de las artes, sufragó con fondos propios todo lo relacionado con la cultura. Su mecenazgo contribuyó, igualmente, al desarrollo del humanismo. Por encima de la Florencia turbulenta, borrascosa y agitada de aquél entonces, destaca como figura relevante del Quatroccento o primer Renacimiento italiano, encumbrando aquella ciudad del corazón de la Toscana al igual que, veinte siglos antes, hiciera Pericles en Atenas. Fundó varias instituciones como la Biblioteca Laurenciana, donde se recopilaron y copiaron cientos de textos de la antigüedad. También la Escuela de Escultura, instalada en el jardín del convento de San Marcos; relanzando esta disciplina artística, a la sazón, en decadencia. Este jardín de enseñanza fue el primer precedente de las futuras academias de arte. En ella se acogió, tras una selección, a los jóvenes mejor dotados para el arte de la escultura, sacados de los talleres más prestigiosos de Florencia. Los modelos fueron las estatuas griegas y romanas de la importantísima colección de Lorenzo. Entre los aprendices de aquella escuela se encontraba el jovencísimo Miguel Ángel que recibió del viejo maestro Bertoldo di Giovanni (discípulo de Donatello y nombrado por el duque director de este taller), sus primeras clases en el arte de esculpir el mármol. Aquel muchacho de catorce años, no podía imaginar que pasado el tiempo, recibiría el encargo de llevar a cabo el sepulcro de su protector y de su hermano. En 15l9, Giulio de Médicis, futuro papa Clemente VII e hijo de Julián, el hermano asesinado, encargó dicho sepulcro para la capilla Medicea en la basílica florentina de San Lorenzo. Con atuendos de generales romanos, descansan en sendos asientos y hornacinas. Julián, con la bengala de mando (una copia en yeso de su cabeza, adorna un rincón de mi taller). A sus pies, las esculturas reclinadas “El día y “La noche. Lorenzo apoya pensativo la cabeza en la mano izquierda, lo escoltan “El crepúsculo y “La aurora”. Miguel Ángel, nada interesado en el retrato, obvió el parecido de los duques, totalmente idealizados; ante la opinión de un crítico impertinente sobre este aspecto, el artista lo despidió diciéndole: “Al cabo de dos o tres siglos, nadie sabrá como eran, tan sólo se tendrá en cuenta la calidad de las esculturas”. Un conjunto escultórico poderoso, sublime, digno de los personajes, llevado a cabo por el “divino”.
En 1492, moría Lorenzo de Médici, impulsor, protector, patrocinador del arte, y a quien, por todo esto y su grandeza, sus conciudadanos convinieron en llamar: EL MAGNÍFICO.