La mascarilla de yeso (II)
Cuando, aun en vida, se llevó a cabo la mascarilla de, éste sí, premio Nobel de literatura en 1989, Camilo José Cela, se le aconsejó mantenerse tranquilo. No sólo estuvo relajado sino que al terminar el trabajo hubieron de despertarle, se había quedado profundamente dormido; al igual que le ocurrió, siendo senador por designación real, en una sesión parlamentaria de nuestra, a la sazón, novísima democracia. Dio lugar a la anécdota procaz, de todos conocida, cuando el presidente del senado le hizo saber que estaba dormido, a lo que el escritor, con su característica pachorra y descaro contestó: «No estoy dormido sino durmiendo, porque no es lo mismo estar jodido que estar…».
La copia de una cara no tiene valor artístico pero puede servir para dibujar o realizar un busto partiendo de este vaciado o simplemente tenerla como adorno, cosa poco usual. Cualquiera puede hacerse su propia mascarilla pero ayudado de otra persona, con los preparativos necesarios y los conocimientos mínimos, y no como nuestro temerario estudiante. También puede moldearse cualquier parte del cuerpo como manos o pies etc.
La mascarilla, en realidad, es la primera parte del proceso. El sujeto en cuestión se colocará en posición horizontal; debe estar tranquilo y relajado, con los ojos cerrados. La cara se untará concienzudamente de vaselina, sobre todo en las cejas. Se delimitará el rostro con trapos viejos, limpios y húmedos; las orejas quedarán tapadas, puede dejarse parte del cuello. Para poder respirar, en los orificios nasales se introducen sendas pajitas para zumo, rodeadas de algodón, cuidando de no deformar las aletas nasales. Si el paciente tiene bigote o barba, se cubren con papel de seda humedecido.
Se amasa escayola con la consistencia de una papilla, el agua de amasado no debe estar fría pues el sujeto contraería los músculos, deformando el rostro, además, el agua algo caliente acelera el fraguado de la escayola, cosa conveniente en estos casos. Se distribuye con la mano por la cara y se espera hasta que la delgada capa comience a fraguar. Se mojan, a continuación, trozos de vendas enyesadas (pueden comprarse en la farmacia), cortadas previamente en trozos de siete u ocho centímetros. Tras varias capas cruzadas en todas direcciones, se espera a que fragüen. Cuando la máscara tenga algo de dureza, se intentará desprenderla. El paciente gesticulará desde el interior para ayudar a su despegue. Se tira desde la frente hacia delante, así saldrá mejor la barbilla, posiblemente algún pelo quede ocluido en el yeso.
Pero la máscara, como ya se ha dicho, es el primer paso, sólo es el molde que ha recogido las facciones de la cara. Ahora es necesario realizar el llenado del mismo para obtener lo que realmente es el rostro de la persona. Con una brocha fina, se impregna el interior de la máscara con dos o tres capas de jabón líquido y se termina con una última de aceite de oliva o similar. Se vierte escayola algo espesa en el molde hasta enrasarlo. Aún blando el yeso, se introduce en la parte superior un cáncamo o alambre torcido en ojal, para poder colgarla, verticalmente, con una alcayata. Cuando la escayola se ha endurecido, puede romperse el molde (mascarilla), desprendiendo las tiras de gasa hasta llegar al modelo, procediendo, entonces, con suma precaución. Si hay algún desperfecto, se repara con escayola, utilizando una espátula de pintar al óleo. De esta forma, se ha obtenido una reproducción de la cara. La mía cuelga de una pared en mi taller.