La mascarilla de yeso (I)
Durante estos días de vacaciones veraniegas he recibido, en mi taller, la visita de un estudiante que había terminado el primer año de Bella Artes. No es el primero y alguna vez que otra me consultan sobre técnicas; dónde pueden adquirir tal o cual material o herramienta, cómo es mejor llevar acabo esto o lo otro etc. Curiosa situación por mi condición de autodidacta pero que no es óbice para atenderlos lo mejor que puedo. Todos se quejan de lo mismo, en Bellas Artes se obvian muchos aspectos primordiales, no se les da importancia, se marea la perdiz con mucha teoría, en detrimento del conocimiento de técnicas y materiales; el no conocerlos ni saber cómo tratar con ellos, conlleva la incertidumbre sobre los resultados que posteriormente se obtendrán de los mismos.
Charlamos durante un rato y, animado el muchacho, me explicó el motivo de su visita. Pero, dada la confianza que yo le mostraba, quiso hacerlo desde los antecedentes. Con catorce o quince años, ya muy clara su vocación, quiso hacerse su propia mascarilla de yeso, para impresionar a sus amigos. Pero desconociendo la técnica, cometió la siguiente barbaridad. Compró varios kilos de escayola, y un día que estaba solo en casa, se propuso llevar a cabo, en el patio, su irresponsable experiencia. Amasó el suave y blanco material en un barreño poco profundo sobre una vieja mesa; cuando creyó que la pasta tenía cierta consistencia, se taponó los orificios nasales con algodón, cerró los ojos y encomendándose vaya usted a saber a quién, tomó aire e introdujo la cara en la masa… El desinformado y desafortunado estudiante, pensaba contener la respiración hasta que el yeso fraguara, para después retirar la cara y, así, obtener el molde de ésta. Naturalmente tuvo que retirarla antes de que el yeso endureciera, entre resoplidos, toses y ahogos; el único hecho sensato, o quizás instintivo, fue colocar la cara bajo un grifo, allí cercano, para eliminar del rostro la escayola aún espesa. Para siempre, según me contaba entre risas, conservaría el sabor de la escayola. Se hubiese ahorrado el mal “trago”, amasando una pequeña cantidad de yeso, cronometrando el tiempo de endurecimiento de éste y comprobado, empíricamente, que la escayola tarda más en fraguar que lo que una persona puede aguantar la respiración.
Pero ahora era estudiante de Bellas Artes, la realizaría con la información de alguno de sus profesores. En clase preguntó a uno e ellos sobre los pasos a seguir en este trabajo; el “profesor” le contestó que se dejase de tonterías, se dedicase a desarrollar su potencial creativo, sin más, y que si querían algo de él, más importante, lo encontrarían en la cafetería de la facultad. Totalmente decepcionado, pero con la constancia y curiosidad del buen estudiante por saber de las cosas, pensó que yo podría ayudarle.
La mascarilla de yeso, también llamada máscara mortuoria, es un molde de la cara realizado cuando algún personaje muere. También pueden realizarse en vida, como la famosa de Beethoven, expuesta en su casa natal de Bonn. Al Dante, Newton, Franklin, Napoleón, Pancho Villa y muchísimos más, también se les realizó cuando murieron.
El escultor palentino Victorio Macho, fue requerido para realizar la mascarilla del fallecido, gran novelista y dramaturgo, Pérez Galdós, al que ya había inmortalizado con una estatua sedente en el parque del Retiro de Madrid. Profesaba tal afecto al “abuelo”, como él le llamaba cariñosamente, que no fue capaz de manipular en el rostro de su admirado personaje, realizando, tan sólo, un dibujo del inerte autor de los “Episodios nacionales”, injustamente descartado para la concesión del premio Nobel de literatura en 1912.