Los cazadores de luz
En el año 1874, bajo la denominación de “Sociedad Anónima de Pintores, Escultores y Grabadores”, un grupo de artistas de vanguardia organizaba una exposición en París, a la sazón, Meca del arte. La muestra causó un gran impacto en el mundo artístico de la capital gala; los visitantes de la exposición pudieron contemplar unas tendencias y técnicas inusuales hasta entonces, sobre todo, en pintura. Aquellos artistas rompían los cánones establecidos. Gran parte del público quedó escandalizado y muchos críticos expresaron durísimas opiniones sobre lo allí expuesto. Pero entre ellos, Louis Leroy, escribió un artículo todavía más ácido que los demás con el título “Exposición de impresionistas”. El crítico había encabezado así el escrito, basándose en el título de uno de los cuadros expuestos, al que atacó en especial: “Impresión, sol naciente” del artista Claude Oscar Monet. Aquel calificativo que en principio se acuñó en sentido peyorativo, acabó siendo aceptado por los propios artistas como seña de identidad. Y así nació uno de los movimientos más revolucionarios e importantes de las artes plásticas: “El impresionismo”. A partir de la tercera exposición colectiva, de las ocho que llevaron a cabo estos pintores, aceptaron aquella denominación y se hacían llamar “impresionistas”. Y, es que, no todas las opiniones fueron cáusticas con las obras de estos artistas innovadores, una pequeña parte de la crítica y del público, apreciaban aquella nueva manera de pintar.
Una de las características de los pintores impresionistas era la de trabajar al aire libre, disfrutar de la naturaleza y plasmarla en el lienzo con todo su esplendor. Pero esta costumbre no era nueva; el pintor británico John Constable ya salía a pintar bucólicas escenas campestres. En 1824 su “Carreta de heno” le valió la medalla de oro del Salón de París. Para los jóvenes supuso una novedad, no sólo la técnica sino la temática. Años después, un grupo de pintores que vivían en París, siguieron el ejemplo de Constable y marcharon al medio rural, en concreto a un pueblecito cercano al famoso bosque de Fontainebleau, este grupo de pintores serían los fundadores de la escuela que lleva el nombre del pueblo: Barbizon. Los impresionistas también admiraban al gran paisajista Camille Corot, éste siempre aconsejaba a los jóvenes plasmar en la tela la primera impresión percibida en la contemplación de la naturaleza.
Y aquellos entusiastas, salieron al campo para atrapar la luz y plasmarla en sus lienzos; enseguida, al instante, en la “primera impresión”, antes de que ésta se mueva o cambie. Captaron el momento mediante vivos colores, pinceladas rápidas y seguras, elementos abocetados, imágenes desenfocadas. Y por las noches, muchos se reunían en los cafés musicales de la colina de los artistas, Montmartre, para tomar apuntes de figura, comentar sus penurias que eran muchas y celebrar con camaradería la venta, por unos pocos francos, de algún lienzo, con una botella de vino barato o la mítica bebida verde amarillenta de los artistas, la absenta, que había de ser mezclada con agua por su elevada graduación, y que les hacía soñar con la fama que muchos de ellos, transcurrido el tiempo, alcanzaron.
El museo d´Orsay de París, alberga una extensa y variada colección de obras de pintura, escultura, decoración, fotografía, arquitectura y diseño. Pero es conocido, sobre todo, por las obras expuestas de aquellos pintores que fueron punta de lanza y dieron un giro a la Historia del Arte, impresionistas como: Manet, Monet, Renoire, Degas, Cezanne, Mary Cassat, Sisley…
Nota: Deseo a los que aún no lo hayan disfrutado, feliz, merecido y relajado descanso vacacional. Yo, dejo estas “cosas” durante el mes de agosto. ¡Hasta septiembre!