Gipsos

 

Si la ocasión era favorable, aquellos albañiles ponían en práctica su “fechoría”. Era frecuente que en las casas donde trabajaban  hubiese gallinas. Cuando algo entrada la mañana se sentaban para almorzar, llamaban la atención de estas aves echándoles algunas migajas de pan y, a una señal del maestro, un peón amasaba en una lata una pellada de yeso muy consistente, la ponía cerca de las ponedoras y siempre había alguna que llevada de su hambre o estulticia, se acercaba con cautela para degustar el presente. La suerte era completa si, en vez de una gallina, el gallo fanfarrón, altanero e hipermachista, para demostrar su poder, expulsaba a picotazos a sus concubinas y era él quien picaba, doblemente, con glotonería el falso amasado de moyuelo. Cuando a los pocos minutos el yeso fraguaba en su buche, el incauto animal ejecutaba algunas raras evoluciones, como un beodo, y caía muerto a los pies de sus asesinos; de ahogo, indigestión y rabia por la estupidez cometida. Avisaban a la señora, informándole de la defunción misteriosa del gallino. La dueña extrañada, tras un breve examen del difunto, se disponía a enterrarlo en el basurero; pero ellos le rogaban que se lo diese pues no les importaba comérselo. El ama de la casa, con cierta repugnancia, les entregaba el fallecido “centinela del amanecer” y ellos tenían un día de jolgorio y gallo o gallina con arroz.

Así, más o menos, lo contaba  Francisco, maestro albañil jubilado, cuando de muy joven, en los años cuarenta del siglo pasado, en plena autarquía, las estrecheces y precariedad económica les hacía cavilar para complementar las exiguas viandas que portaban en sus talegas y merenderas. Él era el peón encargado de los gallinocidios.

Ya utilizado en el Neolítico, el yeso (del griego gipsos), se obtiene por cocción del aljez, una piedra natural. Cuando sale del horno es molida, obteniéndose un polvo más o menos fino de color blanco o gris  de varias clases. Es un material muy utilizado en construcción para unir rasillas en tabiquería, preparación de paredes y toda clase de  prefabricados ornamentales y decorativos sin olvidar las tizas para las pizarras.

El yeso al mezclarse con agua, reacciona químicamente con desprendimiento de calor; concede un margen de manipulación  no muy grande, pues al cabo de varios minutos y según las proporciones y características, comienza su fraguado, es decir, su endurecimiento. Con el tiempo pierde paulatinamente el agua y adquiere la dureza propia de este material.

En las actividades artísticas, el yeso utilizado es el que procede de la cocción del alabastro; otra clase es el de París, ambos son muy finos y suaves, completamente blancos. En el argot artístico un “yeso” es una figura realizada en cualquiera de éstos materiales pero también puede denominarse escayola. Las copias múltiples, en yeso, de modelos clásicos, realizadas en talleres especializados, son muy utilizadas para las clases de dibujo en las academias. Si la copia es de un modelo no muy grande, es factible adquirirla por un precio razonable, su valor decorativo será parecido al de una lámina que reproduzca un cuadro famoso; siempre es mejor tener una copia de una obra maestra que un original malo.

En el taller del escultor, el yeso se emplea para hacer moldes y las figuras sacadas de éstos. Una figura en yeso no se considera materia definitiva sino transitoria o intermedia entre el modelo en barro (que no puede mantenerse mucho tiempo blando) y la escultura que a partir dicha figura, se copiará en bronce, madera o piedra.

Las gipsotecas son los museos donde se guardan y exhiben figuras de yeso, generalmente copias de modelos clásicos u originales de grandes artistas. Una de las más conocidas es la de la Academia de Bellas Artes de Florencia. Alberga una colección de más de 300 yesos del escultor Bartolini (1777-1850). La gipsoteca de Bilbao contiene una de las colecciones más importante del mundo. Las copias en yeso se adquirieron en los museos donde se encuentran las esculturas, sobre todo clásicas, originales.