El santo de los majuelos (III)
Los acordeones, guitarras, bandurrias, laúdes, castañuelas, címbalos y otros instrumentos, rasgaban aquel aire límpido. Jotas, seguidillas, fandangos y otras alegres danzas, eran interpretadas por la rondalla del pueblo con ritmo bien acompasado. A estas piezas musicales, un coro de agradables voces ponía antiguas y divertidas letrillas, algunas picantes: “…niña de mis amores// si me das lo que guardas// bajo las faldas// te traeré flores…” o de doble intención: “…para darte calor moza // si tú quisieras // te metería un buen leño// en tu leñera…”. Los danzantes ataviados con los multicolores trajes típicos, se movían y evolucionaban al unísono, con precisión y agilidad de felinos. La limoná desataba las lenguas de los zamujos y movía los pies de los más torpes; la presencia de Baco se hacía cada vez más patente. Algunas parejas de jóvenes, con el pretexto de recoger flores para hacer guirnaldas, se iban alejando disimuladamente hasta las olivas con el fin, cosa natural, de enfriar los ardores y fogosidades primaverales. La gente bailaba, gritaba y reía en un mareante remolino de bullicio alegría y color, como en la feliz Arcadia de Virgilio o la magnífica y expresiva tela de Rubens “La kermesse” (Louvre).
A media tarde se procedió a sacar el santo, la gente se colocó a ambos lados del recorrido acostumbrado. La imagen sobre andas y a hombros de los que habían pujado más alto para llevarla; el párroco y los monagos detrás, a continuación los músicos interpretando una pieza, como no podía ser de otra manera, polivalente que lo mismo era útil para un entierro de la sardina o funeral, para una boda, un cumpleaños o cualquier acto social. Alguien gritaba: ¡Viva el Santo de los majuelos! Y todos respondían, al unísono, el consabido: ¡¡Viva!!
El tío Lorenzo, apreciado por todos y más conocido por el tío “Albino”, no era tal, pero así llamado por el color blanco níveo que, a temprana edad, tomaron los cabellos y barba, antaño rubios. El color de su cara y calva era colorado; de por sí, y por la afición que sentía hacia el oloroso vino que él mismo elaboraba con esmero en su pequeña bodega; siempre comentaba, no sin razón: “¡Coño, digo yo que el guarda de la viña tiene derecho a comer uvas!”. Era corpulento, de gran estatura, solterón o, como suele decirse, mozo viejo porque frisaba el medio siglo y vivía con su anciana madre. Aparentemente no había “conocido” mujer pero lo cierto era que, al igual que el remoto tío Saltabardas, había tenido sus asuntillos de enaguas. Ahora daba consuelo a una cuarentona y lozana viuda que vivía en una aldea cercana aunque, como caballero que era, procuraba mantener en secreto.
En el campo, siempre portaba una larga y muy derecha vara de almendro que movía con parsimonia. En los días plomizos y lluviosos del otoño, abrigado con su anguarina hasta los pies y caminando por las veredas, hubiera podido confundírsele con un anacrónico patriarca bíblico. Durante toda la mañana, había estado visitando las mesas de los vecinos y no había despreciado, “por no hacer feos a nadie”, un solo trago de invitación. Ahora bien, cuando el tío Albino libaba en demasía el néctar de las cepas, perdía parte de su fachada y compostura; se transmutaba en alegre Sileno, bromista, socarrón y con seductores aires de sátiro que a muchas mujeres solteras y algunas casadas suscitaba oscuros deseos, pues no carecía de atractivo.
Discurría la procesión mientras el tío Albino esperaba que llegase a donde él se encontraba. Firme, con un imperceptible balanceo disimulado por el apoyo que recibía de su vara. Cuando el santo llegó a su altura, se santiguó, tomó la actitud de un santo varón, lo miró sonriente y le dirigió estas palabras con recia voz: “¡Gracias te damos, Santo de los majuelos, por la benefactora concesión de abundantes lluvias y consiguientes frutos para esta tierra; esperamos que tu comportamiento hacia nosotros, tus fieles, sea igualmente propicio, benevolente y generoso el año que viene!”. Al terminar la improvisada oración, dio un golpe con la vara en la espalda de la imagen, en señal de agradecimiento, camaradería y complicidad. A los pocos segundos ocurrió lo imprevisto…