Mármol
De siempre se consideró al mármol como símbolo de poder, esencia de lo eterno o persistencia en el tiempo, envoltura de lujo u ornato excelso. Como muestra de su grandiosidad, dos botones: La catedral de Milán, montaña de mármol bordado primorosamente, y el Taj Mahal, (Agra, India), una de las siete maravillas del mundo moderno.
El origen geológico del mármol es muy humilde ya que procede de piedras calizas comunes que a lo largo de millones de años, y como consecuencia de altas presiones y temperaturas, se metamorfosearon en rocas cristalinas. Su componente principal es el carbonato cálcico que puede oscilar entre el 90 y casi 100% según la pureza del material. La presencia de determinados minerales u óxidos de metales, además de influir en la durabilidad, resistencia y valoración comercial, son el origen de las distintas coloraciones que puede presentar; según la concentración o dispersión de los mismos, darán lugar a las tonalidades cromáticas uniformes o veteadas. Estos elementos, que determinan la belleza de un mármol y sus muchas variedades, son considerados como impurezas desde el punto de vista geológico. Pueden dividirse, por tanto, en mármoles blancos y de color, estos últimos en monocromos y polícromos. Los mármoles blancos son los más puros pero siempre se encuentran en ellos por ínfimas que sean, algunas de dichas impurezas, el blanco puro 100% carbonato cálcico no existe. Para economizar material, ya que su misión es principalmente decorativa, los bloques extraídos de las canteras son transportados a los aserraderos, divididos en tableros de dos y tres centímetros de espesor y pulidos a espejo por una sola cara. Generalmente se emplea en arquitectura para embellecer superficies, en interiores y exteriores.
Pero de las infinitas variedades de mármol que la naturaleza ofrece al hombre para que éste cree belleza, son los blancos (“blancos estatuarios”), los más utilizados para la actividad escultórica; con menor frecuencia el negro, rosa y algún otro, siempre que estén exentos de vetas ya que estás, como ocurre en la madera, pueden entorpecer o distraer los volúmenes y conformación de una talla. El mármol es el material por excelencia para la escultura; no es muy duro (la mitad de dureza que el granito), admite el pulido y abrillantado, además es muy translúcido (deja pasar la luz con cierta facilidad en su masa). Los rayos de sol pueden atravesar la superficie hasta una profundidad de varios centímetros; los cristales internos reflejarán estos rayos confiriéndole una hermosa luminosidad.
Los mármoles muy puros se encuentran en Vermont y Alabama, Estados Unidos. En España es muy conocido el Blanco Macael que se extrae en las canteras de esta localidad almeriense, las cuales eran ya explotadas por los fenicios. Un mármol clásico, en sentido literal, es el legendario “Pentélico” que toma su nombre del monte (Cerca de Atenas), donde se extrajo en la antigüedad para la construcción del Partenón y la Acrópolis. El Pentélico es un mármol blanco con ligerísima tonalidad dorada, esta particularidad confiere a las esculturas, por la ya citada reflexión de la luz, una belleza extraordinaria, trasformando la piel marmórea en sorprendente y bellísima carne mórbida y viva. Por las mismas causas, el Partenón resplandece en los atardeceres atenienses. Por supuesto Fidias, Praxíteles, su discípulo Leócares, Scopas, Policleto (autor del Canon) y la extensa pléyade de escultores griegos, estimaban y esculpían el mármol de este monte.