Muerte prematura

Bien parecido, agradable, educado, rico y famoso. Nunca suscitaba la envidia de sus colegas, al contrario; por su buen carácter con todo el mundo, era respetado y reconocido como un gran pintor y gran persona. Amaba la vida y, de ésta, a la mujeres. Grande era la afición del artista por los placeres sexuales. Aquella última noche fue de agitación amorosa y desmedida fogosidad carnal. Por la mañana el pintor se encontraba mal, le faltaban las fuerzas, se sentía débil y con fiebre. Como gran personaje que era, los médicos acudieron prestos para atenderle. Según cuenta su biógrafo, no quiso especificar a los galenos el porqué de su mal estado. Y así, ante el desconocimiento de las causas, los médicos optaron, como se acostumbraba en aquellos tiempos, por practicarle una sangría; por lo que, si fue así como ocurrió, en vez de fortalecerle, contribuyeron a su fallecimiento. Murió el 6 de abril de 1520, Viernes Santo y día de  su 37 cumpleaños. Muerte odiosa e injustamente prematura.

Pero naturalmente, Raffaello Sanzio (Rafael), no es conocido por lo anecdótico de su muerte sino por ser uno de los pintores más sobresalientes del Renacimiento. Nació en Urbino, a poco más de un centenar de kilómetros de Florencia, en 1483. Su padre también era pintor y poeta, de él recibió sus primeras enseñanzas. Su tío Bartolomeo, que era sacerdote, se hizo cargo del pequeño Rafael a los once años, pues a esta edad quedó huérfano.

Con apenas  17 años ya era un excelente pintor y realizaba encargos importantes. A los veinte, con el título de “Magíster”, se traslada a Florencia y abre su propio taller. En aquel entonces, el paso por esta capital del arte era obligado para cualquier artista que quisiera ser conocido. Compagina su trabajo con los viajes por distintas ciudades. Recibe numerosos encargos de temas religiosos; pinta como los ángeles a éstos y otros personajes sagrados; es proverbial su maestría para infundirles un carácter entre humano y celestial. Realiza una serie de cuadros con la Virgen y el Niño de una exquisitez extrema, por encargo de las principales familias florentinas. Tras la marcha de Miguel Ángel y Leonardo de Florencia, fue considerado el mejor pintor de la ciudad y su entorno. A pesar de su fama, humildemente, seguía admirando y aprendiendo de las obras de estos dos pesos pesados. Transcurridos tres años, Rafael se traslada a Roma donde residirá hasta su muerte. Fue recomendado por un tío lejano, el arquitecto Bramante que dirigía las obras de remodelación de la Basílica de San Pedro. Con sólo veinticinco años, asumió la responsabilidad de pintar varios frescos en las estancias privadas de Julio II en el Vaticano. En la Cámara de la Signatura (biblioteca del pontífice), lleva a cabo el grandioso fresco “La escuela de Atenas”, en el que describe a un grupo de filósofos y matemáticos bajo una impresionante construcción. En este trabajo, Rafael expresa el gran respeto que siente por los grandes personajes griegos. En el muro de enfrente, el artista pinta otro fresco de las mismas dimensiones “Disputa del Santísimo sacramento”, en el que glorifica a la Iglesia con personajes celestiales. No obstante de la magnificencia de la obra que esta realizando, Rafael se desliza a través de largos corredores; llega a una gran sala y mira hacia arriba para observar en silencio y furtivamente el trabajo que está llevando a cabo, encaramado en los andamios, su estimado artista. Éste se encuentra también en el Vaticano, es Miguel Ángel, enfrascado en las pinturas de la Capilla Sixtina.

Rafael fue un gran retratista, pintó una galería de personajes representativos de su tiempo; en ellos no sólo dejó plasmada su excelente factura plástica, también la precisión psicológica de los retratados. Por citar alguno, el realizado un año antes de su muerte, “La fornarina” (Galería Nacional, Roma), su amante, hija de un panadero romano.

En sus honras fúnebres, fue acompañado de toda la corte papal. Descansa, según sus deseos, en el Panteón de Agripa, en la ciudad eterna.