El decorador de porcelanas
Pierre-Auguste Renoir, nació en 1841, en Limoges, famosa por sus porcelanas. Hijo de un oficial de satrería y una costurera, penúltimo de siete hermanos. A los cuatro años de nacer, la familia se trasladó a París. En la escuela, el maestro le reprendía por atender más al dibujo que a sus estudios, además cantaba maravillosamente en el coro de la iglesia de Saint-Eustache. La precariedad económica familiar hizo que el padre lo colocara, con trece años, en un taller dedicado a la decoración de porcelanas. Cuando aprendió el oficio, su misión consistía en pintar flores en las piezas de las vajillas, cobrando por ramillete pintado. Por la noche, dada su persistente afición y talento para el dibujo, asistía a clases nocturnas. Cuando la fábrica cerró y se quedó sin trabajo, continuó decorando abanicos, biombos y otros objetos decorativos. Durante un año copió cuadros de grandes artistas en el Louvre. Pasó a la academia de Charles Gleyre donde permaneció durante dos años y allí conoció a los que serían sus amigos impresionistas, entre ellos Manet. En 1867 presenta “Diana Cazadora” (National Gallery, Washington) al Salón de Arte de París, obra que le es rechazada. Pero al año siguiente, le admitieron “Lisa con sombrilla” (Museo Folkwang, Alemania).
En 1870, con motivo del conflicto franco-prusiano, es llamado a filas y se incorpora a un regimiento de caballería en Burdeos. No llega a ser enviado a primera línea pero sufre varias enfermedades, entre ellas disentería. En esta guerra sufre la pérdida de su querido amigo Fréderic Bazille, muerto en combate; éste era compañero pintor de la academia y, de familia acaudalada, había ayudado a Renoir en sus penurias económicas. Con motivo de la contienda, Francia sufrió una dura recesión y muy pocos podían permitirse la adquisición de un cuadro. Renoir soportó una situación de verdadera pobreza, subsistiendo gracias a los retratos que llevaba a cabo por poco dinero e incluso cobrando en especie. Por llevar a sus amigos pintores a la taberna del “Tío Fournaise”, el dueño le encargó su retrato y el de su hija. A cambio de unas botas, pintó el retrato de la mujer de un zapatero. Mientras trabajaba en la pintura tuvo que soportar, con paciencia, las sugerencias, opiniones y defectos que todos los miembros de la familia le ponían, apiñados alrededor del cuadro. Con cuarenta años Renoir comienza a mejorar su situación monetaria gracias a la ayuda de dos mecenas: Víctor Chocquet, rico funcionario de aduanas y el marchante Paul Durant-Ruel que comenzaron a adquirir sus obras (años más tarde, también conocería al famoso marcharte de arte, Ambroise Vollard). Hacia 1880, tras un viaje a Italia, Argelia y España (gran admirador de las obras de Velázquez), el pintor comienza a abandonar la técnica impresionista, pasando a los tonos nacarados y a dar más fluidez a sus pinceladas.
En 1890 se casó con Aline Charigot con la que ya tenía un hijo. Después nacieron otros dos (el segundo, Jean, 1894-1979, famoso director de cine). Pero su felicidad familiar y artística, se vieron ensombrecidas por la dura enfermedad. En principio sufrió parálisis facial a causa de un enfriamiento. A partir de 1890 quedó afectado de un reumatismo deformante que le producía terribles dolores. Pero era tal su fortaleza de ánimo, que postrado en una silla de ruedas, se hacía atar los pinceles a sus anquilosados dedos y pintaba sin descanso, mientras declaraba con agradecimiento a la vida: «Después de todo, soy un tipo afortunado». En el verano de 1919, fue llevado a París para contemplar sus propias obras expuestas en el Louvre. Allí se despidió de “Las bodas de Caná”, del Veronés, una de las pinturas que más había admirado siempre. En diciembre de ese mismo año, moría en Cagnes.