Carta a un pintor que se fue
Tomando unos vinos, Manuel Carabaño me comunicó que te habías ido. Por el brillo anormal de sus ojos, colegí su sentimiento y pesar, él te apreciaba realmente. Te pido perdón por no haberte acompañado en las exequias. De nada servirá decir que no me enteré, pero así ha sido. Lo siento, sobre todo, porque me quedo sin argumentos para vituperar a quien corresponda de las autoridades locales porque, según me han dicho, no enviaron siquiera algún representante que estuviera en tu funeral.
Conocía por Manolo, vuestras andanzas en la capital del reino para admirar exposiciones puntuales de grandes maestros, y los desplazamientos allá donde se celebrara una buena muestra de arte que sirviera de estudio y formación, nunca es tarde y siempre es bueno aprender. Madrugador, como los gorriones, paseabas con tu perrillo blanco por las calles cuando éstas aún no se habían vestido de su cotidianeidad. Yo tocaba el claxon y levantabas el brazo, escuetos y lacónicos saludos mañaneros pero comprendidos mutuamente. Y seguías caminando al lado de tu amigo peludo, impregnando tus retinas de los colores crepusculares que la maesa madre naturaleza desparrama gratuitamente para quien quiere sentirlos. Seguro que lo hacías con la intención de llevarlos después a tu paleta.
Es conveniente al analizar los logros en la vida, el bagaje y pertrechos utilizados para la consecución de los mismos, porque si éstos fueron exiguos, aquellos resultarán más meritorios. Tu impedimenta, por aquél entonces, para emprender el camino del arte fue ligera; sin medios, sin ambiente, sin orientación. Pero como tú sabías que los autodidactas somos los únicos que tenemos derecho a equivocarnos, echaste a andar con sólo tu ilusión y voluntad de aprender, y eso ya es mucho. Afrontando el trabajo diario e insoslayable, restando horas a tu descanso, cambiabas la pesada brocha por el liviano pincel, trasladando los pasteles, ocres y blancos, que tú bien conocías, de las paredes al lienzo. Y tu esfuerzo tuvo recompensa, para ti y para nosotros, porque pudimos disfrutar de tus mesas con fruteros, dispuestos sobre manteles blanquísimos, de tus pañuelos, de tus puntillas y aquellas páginas arrugadas del diario Lanza (“periódicamente” le hacías publicidad gratuita). Cosechaste innumerables galardones en los pueblos de nuestra región, y te concedieron la medalla a las Bellas Artes de nuestra muy heroica ciudad, y tus lienzos cuelgan en innumerables hogares y entidades públicas y privadas, dejando imperdurables testimonios de tu callado quehacer artístico.
Estoy seguro, Pedro, que tendrás un sitio por pequeño que sea, en el edén de los artistas. Porque allí estarán todos: los grandes, los medianos y los chicos, los más y menos famosos, los que tuvieron maestro y los autodidactas, todos. Saluda a nuestros paisanos: Hurtado de Mendoza, Espinosa de los Monteros, Delicado, Prieto, Foix y Benedí, quizás me deje alguno. Tal vez conozcas al cubista Braque, ya sabes que, como tú, primero fue pintor de casas. Posiblemente veas a Goya, a Velázquez y también a los impresionistas, si oyes el sonido metálico del cincel y la maza, acércate a curiosear, seguro que es Miguel Ángel tallando un bloque de inmaterial y deslumbrante mármol blanco, no de Carrara sino pentélico. Van Gogh te hablará, ya liberado de su calvario artístico-terrenal, de cómo se denostó su obra mientras estuvo aquí. Ahora se burlará de la estupidez humana y, en particular, de muchos críticos de arte. En fin, quedarás impresionado ante semejante pléyade. Descansa en las praderas del arte, en la contemplación de la belleza y recibe mi entrañable recuerdo, adiós compañero.
Pedro García Fernández (1930-2009), nació, vivió y murió en Valdepeñas.