“El terrible” (y II)
Acabada la estatua del joven pastor rey de los judíos y dejando un encargo sin realizar, vuelve a Roma donde el papa Julio II le encomienda los proyectos para la realización de su tumba. Comienza a realizar dibujos y marcha a las canteras de Carrara para dirigir personalmente, como acostumbraba a hacer, la extracción y selección de los bloques de mármol. El mausoleo papal lo compondría un espectacular conjunto de cuarenta enormes figuras. Miguel Ángel comienza a trabajar con entusiasmo en la tumba. Su fuerza física y creadora, su ímpetu en el trabajo, su enorme laboriosidad y su recio carácter, son motivos suficientes para hacerse acreedor del apelativo “Terrible” (sin embargo, su admirador Benvenuto Cellini, además de otros muchos contemporáneos, preferían llamarle “El divino”). El escultor labora incansablemente, ya ha terminado dos de los “Cautivos” y “El moisés” al que ha dotado de una terrible mirada y que, según dicen, cuando estuvo acabado golpeó con el mazo en una rodilla y le gritó: ¡Habla!
Lo costoso del imponente proyecto y las insidias del arquitecto Bramante (ocupado en las obras de la basílica de San Pedro), hicieron perder interés al papa por el proyecto. El artista, enojado y triste, abandonó Roma y marchó a Florencia donde permaneció algunos meses, recibiendo varias misivas del pontífice ordenándole que regresara, y contestando “El terrible” con otras tantas negativas.
-¡¡Tenías el deber de presentarte ante Nos y tu terquedad ha conseguido que Nos fuésemos a buscarte!! Fueron las coléricas palabras del papa al encontrarse en Bolonia con “El divino”. Éste sufrió una gran decepción cuando supo que el pontífice aplazaba indefinidamente el proyecto. Cuarenta años, en vez de estatuas, mantuvieron al artista, tras la muerte de Julio II, en litigio con los herederos hasta concluir en una tumba mucho más modesta. (“La tragedia de la sepultura”, así definía amargamente este episodio). Las intenciones del papa eran que pintase la capilla que mandó construir su tío Sixto IV, es decir, la “Capilla Sixtina”. Las quejas y argumentos de que él no era pintor y además desconocía la técnica del fresco, no consiguieron disuadir al papa, muy al contrarió, éste confiaba ciegamente en las dotes del artista. Es célebre la pregunta impaciente que Julio II mantuvo durante el proceso de ejecución: “¿Cuando acabarás?” y la misma respuesta monótona del “Terrible”: “Cuando termine”. A pesar de los choques de sus fuertes caracteres, se profesaron mutuamente gran afecto.
Por encargo de otro papa, Clemente VII, de la familia Médicis, remodeló la Sacristía Nueva de San Lorenzo en Florencia, donde se encuentran las tumbas de los príncipes Giuliano y Lorenzo, hijo y nieto respectivamente del “Magnífico”. Esculpió las figuras idealizadas de estos dos personajes además de los impresionantes mármoles “El día”, “La noche”, “El crepúsculo” y “La aurora”. En la catedral de Logroño se exhibe”La crucifixión”, pequeño cuadro atribuido a Miguel Ángel.
Y así fue envejeciendo, acosado por los papas (conoció a ocho), que reclamaban el honor de que el artista trabajase para ellos. Entre sus amigos íntimos se encontraban Victoria Colona, a la que escribió innumerables poemas, y el noble romano Tommaso Cavaliere. Murió casi nonagenario en Roma; trasladado furtivamente a Florencia, donde él quería descansar. Organizaron el solemne funeral dos escultores y dos pintores (entre ellos Benvenuto Cellini), sus restos reposan en la iglesia de la Santa Croce. Este coloso renacentista, expresó como nadie el sentimiento humano. Dejó plasmada su “Terribilitá” en la mirada del “Moisés” y del “David”, pero también su sensibilidad y ternura en la “Piedad”. Su máxima fue: « Lo importante en las actitudes vitales es hacer ver que nuestro trabajo está hecho sin dificultad. Hay que trabajar con todas las fuerzas del corazón y del alma, pero al final, el resultado debe tener la apariencia de lo hecho sin esfuerzo.»