Genio y deficiencia
En 1988, Dustin Hoffman recibió el oscar al mejor actor por su extraordinaria interpretación en “Rain man” (“El hombre de la lluvia”), en el papel de Raymond Babbitt, un autista con extraordinarias dotes para los cálculos numéricos (basado en una persona real). En otra película, “Mercury Rising” (Bruce Willis y el niño Mike Hughes), el pequeño autista Simón, consigue descifrar unos códigos secretos de la Agencia de Seguridad Nacional, por lo que es perseguido por agentes de la misma para asesinarle (Willis se encarga de protegerlo).
Algunos autistas poseen el “Síndrome de Savant” o del sabio, también llamados “Idiots savants”. Aparte de las discapacidades físicas o, sobre todo, mentales, propias de estas personas, tienen desconcertantes cualidades o aptitudes, en estudio, para las matemáticas, la música o las artes plásticas. Hace algunos meses (la noticia se dio en todos los medios), el británico Stephen Wiltshire, autista savant, tras un paseo en helicóptero por una zona de Madrid, reprodujo después, finalizado el corto viaje, un dibujo panorámico al mínimo detalle de todo el recorrido aéreo. Ya había repetido la hazaña en Roma y Tokio. Otros savant, tras observar una fotografía o la imagen televisiva de un animal durante unos segundos, son capaces de reproducirlo de forma tridimensional en arcilla o plastilina con sus proporciones y mínimos detalles a cualquier escala, menor o mayor.
El artista escocés Richard Wawro (1952) fue uno de estos casos agravado por su deficiencia visual. Con pocos meses fue operado de cataratas y hubo de llevar siempre unas gafas de gruesos cristales. Era un niño nervioso e inquieto; dormía poco, continuamente lloraba y suponía un martirio para sus padres. La madre, maestra, tuvo que volver a su empleo para descansar de la tensión nerviosa que el pequeño le producía. A los tres años, los médicos le diagnosticaron trastorno cerebral por su actitud de aislamiento con la gente: autismo. Los padres se resistieron a internar al pequeño, por consejo médico, pero a los seis años lo matricularon en un centro para autistas. La directora Molly Leishman, con infinita paciencia, descubrió en el pequeño una cualidad que enfocaría su porvenir. Un día puso en la mano de Richard una cera de dibujo, éste en principio la tiraba al suelo; la profesora pegó el papel a la mesa y le guió la mano para realizar trazos. El niño comenzó a interesarse por aquella actividad y un día, para sorpresa de la señora Molly, dibujó un paisaje que había observado desde el autobús escolar. Por si fuera fruto de la casualidad, la directora le facilitó otra hoja y Richard pintó una composición llena de luz, color y movimiento. Con doce años, las pinturas de Richard demostraban un talento por encima de lo normal. A los diecisiete años, se llevó a cabo una exposición de sus cuadros en una galería de Edimburgo; su familia no cabía de gozo. Al término de la exposición, ¡se habían vendido diez cuadros! Se inspiraba en los paisajes rurales o urbanos que observaba en sus paseos, acompañado de su padre y hermano (su madre falleció de cáncer en 1979), también en la televisión o en las revistas. Su mente trabajaba como una grabadora, todo lo archivaba en su cerebro. Podía pintar un paisaje aportando su punto de vista y sus sentimientos e incluso con una perspectiva distinta de la que él tenía delante. Aun durmiendo seguía trabajando, a veces se levantaba en medio de la noche para añadir algo al cuadro que tenía entre manos. Entre sus compradores se encuentra Margaret Thatcher. Cuando alguien se le acercaba para ponderar sus pinturas, sentía una alegría inmensa y en ocasiones abrazaba al admirador. Es bueno ser feliz, comentaba. Yo soy feliz cuando percibo que mi trabajo contribuye a que la gente se sienta bien. Richard Wawro murió de cáncer en 2006.