El pendenciero
Dicen que paseaba por las calles de los bajos fondos romanos a deshoras, pistola de rueda al cinto, la capa abierta, la mano apoyada en el pomo de la espada, colgada del tahalí, enfundada pero dispuesta a saltar de su vaina si lo requería la ocasión; visitaba tabernas, antros y tugurios de mala reputación; confundido por quien no le conocía, por algún espadachín o sicario. Unas veces solo, otras acompañado y, en contra de lo que podría parecer, no precisamente de personas indeseables sino todo lo contrario, intelectuales y personajes de alto estatus que gustaban de la bulla, jarana y noches de farras. Alternaba su vida disoluta con periodos de intenso trabajo creador, pero su mal carácter le acarreó grandes problemas. En una ocasión, hirió con la espada a un guardián del castillo de Sant’Angelo. Arrojó un plato de comida al camarero de una posada y después le golpeó. Junto con tres camaradas, fue denunciado por burlarse de unos soldados. Insultó a un oficial que pretendía inspeccionar el armamento que llevaba encima. En todas las ocasiones fue encarcelado, pero puesto en libertad por algún protector. Un caso más grave ocurrió en 1606 cuando en una disputa en el juego de pelota, hirió de muerte a Ranuccio Tomassoni. Aunque fue en defensa propia, huyó de Roma, cargando sobre sí la culpa que hubiera podido acarrearle la pena de muerte. Durante su vida hubo de poner pies en polvorosa en varias ocasiones: Nápoles, Malta, sicilia, Génova fueron sus residencias además de Roma. Pero estos hechos presentados en primer plano por sus detractores, que forjaron a su alrededor una leyenda de pintor “maldito”, sólo son parte de la vida de este artista, siempre ayudado por influyentes benefactores que, conociendo otras facetas de su personalidad, realmente le apreciaban.
Michelangelo Merisi, conocido por Caravaggio, nació en 1573 en la pequeña localidad de Caravaggio (Lombardía). Con once años, y dadas su aptitudes para la pintura, su hermano mayor lo coloca en el taller de Simone Peterzano. Con pocos más, se marcha a Roma donde comienza a trabajar bajo la tutela de varios personajes, más que mentores artísticos, propios de novela picaresca. Con ellos su pintura gana perfección pero no le saca de su mísero estado. Deja estos “maestros” que le explotaban y le hacían producir de manera artesanal y en serie, y pasa al taller de Giussepe Cesari donde no permanecerá mucho tiempo.
Pronto empieza a descubrirse como un pintor independiente, que rompe los cánones establecidos. Pinta un naturalismo crudo, veraz, exento de artificio. Elige para sus lienzos gentes desheredadas, mendigos, pordioseros y andrajosos. La Magdalena, por ejemplo, no es una aristócrata con ricos vestidos y con pose estudiada sino una joven campesina humilde de belleza natural (Galería Doria, Roma). En sus bodegones no lucen los jarrones ni cristales valiosos; él, que daba igual importancia a un cuadro con flores o de figuras, presenta objetos sencillos (un cesto lleno de frutas), e incluso combina estos dos elementos en el lienzo (Joven Baco enfermo”, Galería Borghesse, Roma). Su suerte cambia cuando un marchante lo presenta al cardenal Del Monte. En mejores condiciones económicas, Caravaggio pinta lo que realmente quiere pintar y comienza una etapa en la que será reconocido como maestro del “Tenebrismo”, término que en adelante y para siempre, se identificará con su nombre. Domina magistralmente el claroscuro, sus personajes emergen de “fondos sin fondo” con una iluminación misteriosa e inquietante, resaltando sus anatomías bellamente modeladas. Martirios de santos, personajes bíblicos, todos de un bellísimo y sobrecogedor realismo.
En busca del perdón papal por un asunto pendiente, embarca desde Nápoles hacia Porto Ercole para regresar a Roma. Poco antes de llegar, le hacen bajar en Palo para ser interrogado erróneamente; cuando acaba el trámite, el barco ya había partido con todas sus pertenencias. Desolado y abatido, con secuelas de una paliza en un ajuste de cuentas, queda en la playa al calor del sol durante todo el día y muere, o se deja morir, solo, cansado de su azarosa vida a los treinta y siete años.