El vino en el arte (I)

 

Aún no había terminado de salir el sol y ya caminaba Jesucristo en compañía de sus Apóstoles en dirección a una pequeña aldea donde pensaba predicar. Los  incipientes rayos color bronce fundido del astro rey, vaticinaban una calurosa mañana de verano. San Pedro, de vez en cuando, quedaba rezagado y, furtivamente, tras un recodo del camino, algún árbol o roca, empinaba un pequeño recipiente de cuero que llevaba colgado en bandolera con una tira del mismo material, para libar el líquido contenido. Lo hacía con tal  deleite que entornaba los ojos y al terminar chasqueaba la lengua y se limpiaba la boca y las barbas con el dorso de la mano. El también llamado Simón, apretaba el paso y volvía a unirse al grupo canturreando. A  medida que transcurría el viaje, sus ojos se iban empequeñeciendo, tornándose brillantes y alegres; al mismo tiempo, se mostraba más locuaz. El Maestro, percatándose del trajinar del discípulo,  se detuvo de pronto y se volvió al pescador.

– Pedro, ¿Qué bebida es esa que tan secretamente guardas?- preguntó taladrando el pensamiento del apóstol.
-Maestro la llevo para calmar la sed -contestó Pedro azorado.
– ¿Puedo probarla? –le preguntó Jesús.
-Claro Señor -contestó el de Galilea cabizbajo, tendiéndole el cuero.

Jesucristo palpó aquel recipiente de tacto blando, lo elevó como había visto hacer a su discípulo y, comprimiéndolo con los dedos, dirigió el fino chorro a su boca. Tras un largo trago, que a Pedro le pareció interminable, miró al discípulo.

– ¿Cómo se llama esta extraña vasija?
-Se llama bota y se fabrica con piel de cabra.
– ¿Y qué nombre tiene esta bebida estimulante?
– Es vino, Señor -contestó Pedro algo preocupado y aún sin saber con certeza las intenciones del maestro, que se ponía serio.

¿Y puede saberse de qué planta se extrae? -preguntó Jesús con semblante grave.

Pedro calló unos segundos, su mente trabajaba todo lo deprisa que le era posible. Si digo que de la vid, pensó, seguramente el maestro mandará que las cepas se sequen por siempre. Ante la expectación de los demás discípulos, el gran pescador contestó al fin.

– Señor, el vino se elabora con los frutos de la higuera.

Los apóstoles quedaron de piedra, con los ojos desorbitados, no estaban seguros de lo que habían oído. Las chicharras callaron, se hizo un denso silencio. El Maestro, impertérrito, balanceó un instante la bota que aún tenía en sus manos, miró de frente a los ojos del fornido Pedro y, cambiando su adustez fingida por una amable y burlona sonrisa, sentenció:

– Pedro, es muy buena esta bebida, de ahora en adelante que la higuera dé dos frutos.

Los apóstoles prorrumpieron en carcajadas y Pedro cerró sus fuertes y callosas manos hasta que el rosado de las uñas se tornó blanco, las palmas rojas y a punto de sangrar.

Y la higuera, entrañable árbol de nuestros patios manchegos, desde entonces, ofrece además de su refrescante sombra,  dulces brevas  a principios de verano y azucarados higos al final del mismo.

Este pequeño relato, de autor anónimo, nos lo contaba mi padre a los hermanos.  Aunque modesto, pertenece al ámbito literario y por tanto, tiene cabida bajo el epígrafe de esta sección.

Pero naturalmente los artistas plásticos, son los que, con profusión, han tocado la temática del vino desde tiempos muy remotos de la Historia del Arte. Y lo han hecho desde todos los ángulos y perspectivas posibles. Pintores y escultores han plasmado y descrito todo el proceso o fases de esta bebida; desde las faenas de recolección, pasando por la elaboración, degustación y  hasta los efectos nocivos que, la ingesta excesiva e incontrolada, provoca.

Las fuentes de inspiración de los artistas han sido varias. Según la Biblia, después del Diluvio Noé plantó una viña y elaboró por primera vez el vino, con las nefastas consecuencias ya conocidas. En la célebre Capilla Sixtina, Miguel Ángel representa a Noé borracho en uno de los frescos de la serie del Génesis en la famosa bóveda. Bernardo Cavallino, hacia 1643, pinta “La embriaguez de Noé” (Thyssen- Bornemisza).