El mago del mármol
“Es una extraordinaria suerte para Vos, ver a Maffeo Barberini papa, pero somos Nos más afortunados porque el caballero Bernini viva durante Nuestro pontificado”. Palabras de Maffeo Barberini al ocupar el solio pontificio con el sobrenombre de Urbano VIII, en una charla mantenida con el genio, al que ya conocía y apreciaba cuando era cardenal.
El arquitecto, pintor, pero sobre todo, escultor Gianlorenzo Bernini nació en la antigua Parténope (actual Nápoles), en el año 1598. Su madre era una napolitana de carácter y su padre, Pietro Bernini, un florentino que se había trasladado a la ciudad del Vesubio para establecerse como escultor. Cuando Gianlorenzo aun era un niño, su padre decidió marchar a Roma con la familia, en busca de mejores condiciones de trabajo y económicas, que hasta entonces no había conseguido; de cualquier modo, su apellido sería famoso cuando lo fue su hijo, cosa que no sucedió muy tarde. El pequeño Gianlorenzo, criado entre el tintineo de los cinceles y las esquirlas de mármol, unido a unas raras y extraordinarias dotes para la creatividad, fue uno de los casos más singulares de precocidad conocidos en la historia del arte. Con tan sólo ocho años, esculpió la cabeza de un muchacho. Tal fue su ahínco y dedicación al dibujo, modelado en arcilla y práctica de la talla en mármol, en el taller de su padre, que éste más bien fue moderador y freno de su exagerado interés. A los trece años había realizado trabajos dignos de un artista adulto. Gracias a su padre, que trabajó en el Vaticano, tuvo oportunidad de admirar a los clásicos griegos y demás artistas italianos, en la ingente obra artística de la ciudad pontificia. Estudió fisiognomía (arte de representar el carácter a través de los rasgos físicos), que más tarde aplicaría magistralmente en los rostros de sus personajes. A los dieciocho años se emancipa profesionalmente de su padre con tal madurez personal y artística, que ya contaba con una excelente clientela. Conocía de tal forma la materia y sus posibilidades, que afirmaba poder llevar a cabo en mármol todo proyecto que la inspiración le dictase, salvando sin dificultad las trabas que dicha materia pudiera imponerle. Y efectivamente, aunando la técnica, el sentido estético y su prodigiosa facilidad para rendir la materia a sus deseos, transmutó las superficies en pliegues, filigranas, sinuosidades y curvas; de tal elegancia, virtuosismo y plasticidad, que más parecen volúmenes modelados en cera virgen que tallados en duro mármol; como ínfima muestra: “La transverberación de Santa Teresa de Jesús” (Capilla de Santa María de la Victoria, Roma). Sus héroes, dotados de movimiento y potencia, intentan romper las ataduras marmóreas y escapar de sus pedestales. Sus desnudos destellan vitalidad, realismo, morbidez y belleza física, no exenta de cierta carga erótica. Realizó retratos de obispos, cardenales, papas y nobles, de una veracidad tal, que estos personajes parecen haber sido fulminados por la mirada de Medusa y convertidos en mármol.
El súmmum de su obra (según afirmaba el artista, siendo anciano), fue “Apolo y Dafne” (Galería Borghese, Roma), efectivamente no es posible emular esta sinfonía plástica. El dios persigue a la ninfa que se metamorfosea en laurel; ambos despojados aparentemente del peso de la materia, son dos seres sutiles e ingrávidos de insuperable belleza y armonía.
Bernini embelleció la ciudad de Roma con numerosas fuentes y esculturas, fue uno de los arquitectos (el último), en intervenir en la Basílica de San Pedro; proyectó la famosa plaza ovalada con la ciclópea y espectacular columnata en piedra travertina. En el interior del templo, realizó el impresionante baldaquín en bronce y la figura colosal de “San Longinos” de más de tres metros de altura, en el más puro estilo barroco.
En su vida personal, gustaba de los placeres carnales, fue amante de Constanza Bonarelli (de la que realizó un bellísimo retrato en mármol. Museo Nacional de Florencia), esposa de un ayudante suyo, Mateo Bonarelli. A los cuarenta años, casó con Caterina Terzio, una joven veinte años menor que él, con la que tuvo once hijos. Murió en su amada Roma, 1680.