El escultor de los espacios abiertos
Cada anochecida, el artista bajaba a las galerías del metro londinense y observaba los cientos de personas preparando sus míseros lechos en el suelo. Se disponían a pasar otra de tantas noches bajo tierra para protegerse de los bombardeos alemanes. Lo miraba todo y lo reflejaba en su cuaderno de dibujo; era el artista oficial de guerra nombrado por el gobierno inglés. Una noche le sorprendió el sonido de la sirena y corrió a refugiarse en el metro. Conmovido, hizo un apunte de aquellas personas resignadas y lo mostró a un amigo influyente, éste le consiguió aquel encargo. Debía preservar con su lápiz, las dramáticas vivencias históricas de aquellos dormitorios subterráneos para futuras generaciones. Los trabajos fueron exhibidos en la National Gallery y el artista, que sólo era conocido y admirado a la sazón por la vanguardia, pasó a ser aclamado popularmente.
Sin embargo, la actividad de Henry Spencer Moore (Reino Unido, 1898-1986), era la escultura; al acabar la Segunda Guerra, fue ponderado como escultor en todo el mundo. Expuso en Nueva york, Chicago y San Francisco, lo que le valió el reconocimiento de Estados Unidos. El primer premio internacional de escultura de 1948, concedido en la famosísima Bienal de Venecia, le hizo ascender vertiginosamente. Los museos, ciudades y coleccionistas, no paraban de solicitarle sus esculturas.
De joven, se inscribió en la Escuela de Artes de Leeds y más tarde en el Royal college of Art de Londres, donde completó sus estudios de arte y en el que ejerció como profesor. Viajó con una beca por Francia, España e Italia, le impresionaron particularmente los trabajos de Massaccio y Miguel Ángel. Abandonó pronto las formas clásicas y académicas, influenciado por la escultura etrusca, azteca y maya.
La obra de Henry Moore está inspirada en la naturaleza: Troncos retorcidos, rocas, cráneos y huesos de animales desgastados por el tiempo. Pero sobre todo este escultor tuvo predilección por el cuerpo humano: “Es la quintaesencia del arte, la forma más prodigiosa que existe. Nunca dejaré de representar la figura humana”. Y efectivamente, con libre interpretación, Moore deformaba alguna parte del cuerpo, reducía con desproporción las cabezas e incluso dividía la figura en varias secciones, colocándolas unas junto a otras, dejando un pequeño espacio entre cada parte, sin disminuir en nada su fuerza y vigor. Sus temas preferidos fueron las maternidades y las figuras yacentes (tumbadas o reclinadas). Sus trabajos monumentales estaban concebidos para espacios abiertos, donde la obra pudiera observarse desde distintos ángulos, variedad de luz y épocas del año, con pedestales bajos o a nivel del suelo, para poder ser tocadas por el espectador. Realizó con entusiasmo los sucesivos encargos (entre ellos “Rey y reina”), de Tony Keswik, un acaudalado coleccionista, para colocarlas, exentas de obstáculo alguno, en las suaves y verdes colinas de su finca de Escocia.
Más de quinientas obras monumentales se encuentran repartidas por todo el mundo, en parques, jardines y centros oficiales. Su obra predilecta fue la realizada para el Centro Lincoln de Nueva York, las más colosal realizada por el artista. Debido a su gran tamaño, hubo de fundirse en 65 partes. La colección pública con mayor número de piezas de este escultor, se encuentra en Toronto, Canadá.
Desde 1974, Santa Cruz de Tenerife cuenta con”El guerrero”, de este artista y en 1990 se instaló “Gran figura en refugio” en Guernica, Vizcaya. Henry Moore está considerado como uno de los escultores contemporáneos más importantes del mundo.