Las puertas del Paraíso
Había un grupo de amantes del arte admirando la obra y al ver al que llegaba, comenzaron a bisbisear y a darse codazos. Unos ya le conocían e indicaban a los que no era así, de quien se traba; lo saludaron con respeto y el correspondió amablemente. Era el “Divino” Miguel Ángel, todos le hicieron semicírculo y él se colocó frente a las imponentes puertas de bronce. Le habían hablado de aquel trabajo y quería comprobar personalmente la calidad del mismo. Cruzó sus fuertes brazos y comenzó a observar detenidamente las distintas partes de las dos enormes hojas broncíneas; los demás lo miraban circunspectos, guardaban un silencio expectante, esperando la opinión del maestro. Al cabo de un rato sin mover la cabeza ni dirigirse a nadie, como si pensara en voz alta exclamó: «Elle son tanto belle che elle starebben bene alle porte del paradiso». Los presentes asintieron y estuvieron de acuerdo en lo que el maestro había opinado sobre ellas: eran tan hermosas que merecían ser las puertas que guardaran el Paraíso. Y así quedaron “bautizadas” con aquel nombre, y nunca mejor dicho lo de bautizar, porque se trataba de las puertas del baptisterio de Florencia.
Corría el siglo XIV en Florencia, a la sazón, capital del arte en la Italia. Las tres puertas del baptisterio, correspondientes a las tres fachadas, eran de madera. Para dar mayor prestancia al antiguo y querido edificio, encargaron unas puertas de bronce al escultor de Pisa, Andrea Pisano. Éste realizó el trabajo en siete años. Cada hoja consta de 14 relieves de 45x38cm cada uno, enmarcados en forma cuatrilobulada. Las escenas superiores, 20 paneles, glorifican la vida de S. Juan Bautista, que para eso es el patrón de todos los baptisterios. Las escenas inferiores, ocho, reflejan las virtudes.
Pasados 75 años, las autoridades de Florencia, con el mecenazgo de los mercaderes, convocaron un concurso para realizar otros dos pares de puertas. Participaron en dicho concurso siete escultores toscanos, entre ellos, dos florentinos: Filippo Brunelleschi y
Lorenzo Ghiberti, éste contaba veintiún años de edad. Deberían realizar para el jurado un panel o relieve en bronce de la misma forma y medidas que los de las puertas de Pisano. El tema era obligatorio: “El sacrificio de Isaac”. Tenían de plazo un año para modelar, moldear, pasar a cera, fundir, cincelar y dorar el trabajo, que debía entregarse totalmente acabado, con el aspecto que tendría en las puertas definitivas. Transcurrido el plazo, los concursantes presentaron su obra. El jurado compuesto por ¡treinta y cuatro jueces! eligió el relieve realizado por el jovencísimo Ghiberti.
Comenzó a trabajar en las puertas ateniéndose a las formas estipuladas de los paneles, pero desarrolló libremente su creatividad de forma tan magistral, que contrastaba con la poca edad del artista. El encargo le tuvo ocupado durante 23 años, tras los cuales y ante el magnífico trabajo realizado, se le encomendó el tercer par de puertas, sin necesidad de concurso, a pesar del gasto que supuso este trabajo: 22.000 florines de oro, equivalentes a los gastos de defensa de la República florentina. Se permitió cambiar el número de paneles que le habían impuesto, que eran 28, y como tema, el Antiguo Testamento. Ghiberti compuso varias historias en un mismo relieve, lo que le permitió reducir los paneles a diez, de mayor tamaño, además los enmarcó de forma cuadrada. Con un virtuosismo pasmoso, llegó a introducir en algunos de los relieves ¡cien figuras! En este trabajo, Ghiberti empleó otros 25 años, con lo que prácticamente dedicó toda su vida a los dos pares de puertas. Colocadas en la fachada septentrional del baptisterio, frente a la catedral, es tal la maravilla plástica, que la obra ha sido conocida, a lo largo de los siglos, con el apelativo que Miguel Ángel un día le impuso: “Las puertas del Paraíso”.