El pintor de la perfección
Uno de los hallazgos más sorprendentes referidos a obras de arte se llevó a cabo en Nueva York en 1966. Un comprador de arte, efectuó la adquisición de dos pequeños cuadros por 500 dólares. Una vez adquiridos, para informarse sobre la calidad de los mismos, solicitó la consulta de varios expertos. Se llegó a la conclusión de que aquellos cuadros llevaban la firma auténtica de Alberto Durero. Inmediatamente, las dos pequeñas telas alcanzaron el precio de un millón de dólares. En Alemania, gran parte de la población, conoce y está en contacto con los trabajos del maestro Durero. En miles de hogares, se cuelga una reproducción de su famosísimo lebratillo (una liebre de enormes orejas, pintada a la acuarela).
Alberto Durero nació y murió en la ciudad alemana de Núremberg ,1471-1528. Su padre, emigrante húngaro, se estableció en esta ciudad para ejercer su profesión de orfebre. Alberto, tercero de dieciocho hijos, tras su paso por la escuela, comenzó a trabajar en el taller paterno, aprendiendo el manejo de las herramientas de orfebrería. Su progenitor, primer maestro que le enseñó dibujo, enseguida supo de las extraordinarias dotes artísticas del muchacho y lo empleó de aprendiz en el taller del mejor pintor de la ciudad, Michael Wolgemut.
Realizó sus primeros trabajos para impresores que apreciaban sus excelentes dotes de dibujante. Pero los pintores germanos estaban anclados en las directrices de la pintura medieval. De manera que, con veintitrés años, Durero atravesó los Alpes y marchó a Italia, en plena ebullición renacentista. Visitó las principales ciudades del país, contempló asombrado los trabajos y tendencias de los artistas italianos. Tal era su interés por aprender, que viajó a caballo de Venecia a Bolonia, un trayecto largo y azaroso en aquella época, para que un pintor le enseñase cómo dibujar ayudado de la geometría. Como el artista no le sacó de dudas, invento un artilugio para dibujar en perspectiva y, pasado el tiempo, publicaría un tratado sobre proporciones humanas.
Volvió a su ciudad natal y comenzó a trabajar intensamente. Realizó cientos de grabados en plancha metálica y de madera; en esta técnica se encuentran tres de sus obras maestras: “Caballero, muerte y diablo” “San Jerónimo en su retiro” y “Melancolía”. Se convirtió en el mejor artista gráfico del mundo. Siempre llevaba consigo su cuaderno de dibujo, todo tema, por insignificante que fuera, no le pasaba desapercibido; cualquier hierba o diminuta flor, era digna de ser tomada en cuenta. Recogía cuidadosamente una pequeña porción de tierra con infinidad de raicillas y la llevaba a su casa donde la dibujaba con meticulosidad y paciencia. Flores silvestres, hojas de distintas clases, fueron observadas para pintar o dibujar; temas que hasta entonces no habían sido considerados importantes por ningún artista. Realizó magníficos estudios a la acuarela sobre paisajes, minuciosos dibujos de vestidos y ropajes a la pluma, detalles de manos, pies, rostros etc. pasos previos de lo que después serían sus espléndidos óleos.
Llegó a ser el más importante retratista alemán e inmortalizó a los personajes más poderosos e ilustres de la época. Maximiliano I le concedió una renta anual de 100 gulden, realizó varios retratos del monarca y diseñó para él armaduras, arcos de triunfo etc. Carlos I de España y V de Alemania, nieto y sucesor de Maximiliano, le mantiene la renta. A su muerte, Durero se contaba entre las personas más acaudaladas de Nuremberg, dejando todos sus bienes a su mujer. Él, de familia numerosísima, murió sin descendencia.