El cristo que no fue alanceado

 

  En 1926, encargaron al escultor Victorio Macho (Palencia 1887- Toledo 1966), un Cristo para la iglesia de los Corrales de Buelna, Cantabria. Según cuenta en su autobiografía, para inspirarse y llevar a cabo el encargo, se recogió en un monte de su Palencia natal, acompañado del Nuevo Testamento para leer en soledad a los cuatro evangelistas. Improvisó un pequeño taller entre las  frondosas encinas y se dispuso modelar su Cristo. Para dar realismo y anatomía detallada a la escultura, pensó en tomar un modelo. Con tal intención, bajó a una aldea cercana de donde era un discípulo suyo; éste junto con sus familiares, el alcalde y el párroco le recibieron y agasajaron con  hospitalidad castellana. Convocados por el párroco, los hombres se reunieron en la plaza. El escultor tras una breve observación, eligió a un campesino flaco y amojamado; tras explicarle cuales eran sus propósitos, el tímido labriego, con ciertos recelos, aceptó y acompañó al artista a casa de su discípulo para desnudarse en una de las habitaciones. El maestro estudió brevemente su anatomía y, satisfecho, le indicó que se pasara al día siguiente por el pequeño taller del encinar. El campesino le preguntó si debía ir con los pies lavados, a lo que Victorio le contestó: «Hombre, claro está, porque sin eso no podré saber como son».

  En la primera sesión, el artista subió al temeroso aldeano a la cruz que ya tenía pergeñada, atando pies y manos a los maderos con fuertes correas. Cuando el improvisado modelo se vio de esta guisa, le acometió tal angustia, desasosiego y ansiedad que se desvaneció, quedando realmente como un Cristo muerto o agonizante. El escultor también muerto, de risa, desató al buen aldeano dándole ánimos. Una vez repuesto, éste le contó que una anciana que tenía por bruja, le había advertido que no se presentara para hacer de Cristo en la cruz, pues en la cruz moriría. Superado el trance, el buen hombre no sólo asistía a las sesiones puntualmente, sino que se mostraba orgulloso y ufano ante sus vecinos de ser modelo del escultor y de posar para una obra de tal importancia. Una hermosa mañana, el aldeano se dirigía alborozado  a una de las últimas sesiones a lomos de su borriquillo. Al cruzar un pequeño arroyo, el animal se espantó y comenzó a dar saltos y tales cabriolas y corcovos, que el alegre jinete saltó por las orejas del rucio y sus enjutas carnes dieron en los guijarros y las frías aguas del arroyuelo. El humor del campesino cambió radicalmente. Magullado, corrido y humillado por el hecho y  la presencia de unas vecinas del pueblo que a poca  distancia lavaban  en el río y sabían a donde iba, comenzó a proferir tales improperios y barbaridades, que las mujeres exclamaban a mandíbula batiente: « ¡Ay, Dios, cómo blasfema el tío cristo! ».

   El Cristo de los Corrales de Buelna, lo expuso el escultor en su estudio de Madrid y fue admirado por ilustres personajes, entre ellos, Alfonso XIII, amigo del artista a pesar del republicanismo galdosiano que éste decía profesar. Suscitó polémicas por la falta de corona y por carecer de herida en el costado. Al preguntarle unos frailes por la ausencia de espinas y la abertura del pecho, Victorio les contestó que la piedad le llevó a quitar la corona que los judíos habían puesto en su frente y que por un sentimiento religioso, imaginó que Longinos aún no había clavado su lanza entre las costillas del crucificado.

  En 1952, a su vuelta de Perú, Victorio Macho se estableció en Toledo, una réplica del Cristo se expuso en la Bienal de Venecia en 1956. Actualmente se halla en su casa- museo de la capital manchega, donde se exhibe junto con otras obras del artista palentino, donadas por éste al Estado Español.