El último arquitecto de la piedra (y II)

Creó edificios de fantasía, literalmente de fábula, podrían ser morada de duendes, hadas, gnomos y unicornios. Tejados escamosos como el dorso de un dragón, chimeneas tocadas con yelmos de guerreros, columnas de barro cocido, retorcidas, burlando la verticalidad, superficies curvas y suaves al tacto como un canto rodado, rejerías con apariencia de hierro blando; como ejemplos: la citada “Pedrera” “Casa Batlló” “Palacio y Parque Güell” “Bellesguard” “Casa Vicens».

Y paralelamente a estos trabajos, su obra maestra y singular a la que dedicó 43 años de su vida y tan sólo construyó una octava parte del ciclópeo monumento: “La Sagrada Familia”. Curiosamente el trabajo no se lo encargaron a él; Francisco del Villar había abandonado el proyecto al poco de comenzar las obras. A sus 31 años, el joven arquitecto desechó los planos existentes y diseñó los propios con estilo “Gaudiano”. Para las esculturas de la fachada, hizo posar a sus operarios, el asno de la huida a Egipto, lo tomó prestado a una vendedora de verduras; se obtuvieron vaciados en yeso de sus figuras, después los tamaños se ampliaban a medidas estatuarias; quería que su arte fuese por y para el pueblo, en línea con el espíritu de la que él llamaba “Catedral de los Pobres”. Nuevamente su obra fue criticada por algunos, entre ellos el joven Picasso; decía que las torres estaban agujereadas por los ratones. Cuando llegó a la edad de 50 años, aquel templo lo atraía, se había apoderado de él, cual constructor de catedrales medievales, parecía alentado de una fuerza superior. Comenzó a rechazar encargos para no distraerse de su proyecto principal, donó sus bienes a la iglesia, viviendo del vino y las nueces de una pequeña finca heredada, abandonó las fiestas de los pasados días alegres, sus obreros que antaño le vieron en espléndido carruaje, le veían ahora llegar andando, con los zapatos desgastados. El otrora joven arquitecto adinerado y anticlerical, había cambiado por voluntad propia a ser fervientemente religioso, célibe, pobre y de vida ascética. Encorvado y vestido pobremente, cuando salía de su amado templo, sacaba una manzana del bolsillo y la mordisqueaba distraído mientras caminaba lentamente, como aquella tarde fatídica, imaginando toda suerte de arcos, nervaduras, espirales, elipses y paraboloides de complicada solución.

En 1940, se retomaron los trabajos del proyecto. Los problemas en la terminación del gigante de piedra, aparte del económico, derivaron de la destrucción de planos y maquetas conservadas en el estudio de Gaudí desde su muerte. En 1936, al comienzo de la guerra civil, un grupo de bárbaros incontrolados incendió dicho estudio, destruyendo gran parte de lo que allí se encontraba. Por otro lado, el genial arquitecto trabajaba directamente muchos aspectos a medida que la obra avanzaba, careciendo por tanto, de planos o bocetos. En los años sesenta del pasado siglo, los arquitectos del templo pronosticaban erróneamente que la magna obra quedaría concluida veinte años después. Hoy continúan los trabajos a buen ritmo, no faltan donaciones ni avances técnicos; la piedra ha sido sustituida en gran parte por el hormigón armado. Puede que hacia el 2.020, la catedral de San José, la Virgen y el Niño quede acabada. Gaudí descansa en la cripta de su querido templo, pero ahora lo importunan horadando las entrañas de la tierra para que, ironía del destino, a pocos metros de su reposo eterno, pase un vehículo sobre raíles y ruedas de hierro, vagamente parecido al que causó su muerte ¿Qué diría el insigne arquitecto?