El último arquitecto de la piedra (I)
Aquella tarde del caluroso lunes 7 de junio de 1926, el anciano salió del templo en construcción tras dar la última orden a su ayudante principal: «Vicente, di a todos que mañana lleguen temprano, haremos cosas muy hermosas.» Caminaba despacio, distraído, como si su alrededor no existiera; y en ese estado de abstracción, el tranvía se lo llevó por delante. Lo apartaron de las vías y el vehículo de ruedas de hierro siguió su camino; lo tomaron por un mendigo borracho, sin documentación y cuyas únicas pertenencias en un bolsillo de su raída chaqueta eran un puñado de frutos secos En aquellas dramáticas circunstancias, dos transeúntes buenos samaritanos, desconociendo aún quién era aquel anciano de níveas barbas, lograron detener, tras varias negativas, un taxi para llevarlo al dispensario de la Ronda de San Pedro, fue ingresado en la sala de indigentes. El jueves de esa misma semana, fallecía el ilustre arquitecto. Su entierro sí fue multitudinario.
Antonio Gaudí y Cornet nació en Reus el 25 de junio de 1852, su padre fue maestro artesano del cobre, de lo que el arquitecto estaba orgulloso:”Mi cualidad innata de la percepción espacial se la debo a mi padre, a mi abuelo y a mi bisabuelo que eran caldereros…” A los 22 años, Gaudí ingresa en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, no era considerado un buen estudiante, quizás porque para ayudarse a costear sus estudios, llevaba a cabo trabajos para decoradores y arquitectos, esto le obligaba a no asistir a muchas de las clases. Uno de sus profesores fue a ver una fuente recién inaugurada, preguntó por el técnico que había llevado a cabo los cálculos de la presión hidráulica de la misma; al informarle que era uno de sus alumnos llamado Gaudí, no recordaba su cara, pero ante el acierto de los citados cálculos, le aprobó y le permitió terminar la carrera con tres años de retraso.
Le fue muy difícil abrirse paso en aquella gran ciudad, pero no se arredró aceptando cualquier trabajo. Un fabricante de guantes le encargó una vitrina para exponer sus modelos en la Exposición universal de París de 1878. A uno de los clientes del guantero le entusiasmó aquella creación sumamente original y cuando regresó a Barcelona, visitó a Gaudí. Se trataba de Eugenio Güell, rico industrial del textil, amante del arte y ciudadano prominente de la ciudad. A Güell le agradó aquél joven pelirrojo, perspicaz y decidido; como auténtico mecenas renacentista, lo tomó bajo su protección. Le hizo importantes encargos y lo introdujo en los ambientes políticos, artísticos, intelectuales y mercantiles de la ciudad. Asistió a veladas fastuosas, ópera, teatro y toda clase de actos de la alta sociedad barcelonesa siendo aceptado por la misma. Su estudio de arquitectura, comenzó recibir y realizar importantes proyectos, sobre todo se le consideró experto en gótico catalán. Pero además de la arquitectura en piedra, se entusiasmó por el estilo mudéjar, utilizando los materiales de éste, concibió una forma muy personal de construir, suscitó las críticas y burlas más exacerbadas; la “Casa Milá” o “Pedrera” fue caricaturizada en las revistas de la época como un osario, sus balcones como depósitos de chatarra. Lejos de amilanarse, también tenía defensores y un carácter obstinado; el escultor, excelente dibujante y sobre todo, arquitecto, siguió trabajando en sus proyectos. Combinó sabiamente la piedra, el ladrillo, el yeso, los azulejos cerámicos, enteros o troceados, el cristal, la madera y el hierro forjado; siendo paradigma del Art Nouveau catalán.