Maestro

Del latín, magíster-magistri. “Maestro de…” (Pintores antiguos que al ser desconocidos, se especifica el nombre de su obra anteponiendo la citada palabra), maestrescuela, maestro de escuela, maestro de armas, maestro armero, maestro del toreo, Divino Maestro, maestre de campo, maestresala, gran maestre, maestro de capilla, maestro aguañón (de obras hidráulicas), maestro de ceremonias, maesa o maestra de la colmena, palo maestro (de la nave), canal maestra, etc. Y de esta palabra, las expresiones: “hecho con maestría” “obra maestra” “realizado magistralmente”, es decir, algo llevado a cabo con pericia, sabiduría, rotundidad y perfección. La lista sería interminable acompañando la palabra a los numerosos oficios que se han venido practicando a lo largo de los siglos; con la desaparición de los mismos y otros usos y denominaciones, el hermoso vocablo pierde rango y es cada vez menos utilizado. Dejando aparte animales y cosas, siempre se ha referido a la persona, de importancia, de lugar preeminente, que tiene alto grado de veteranía, de conocimientos, que sabe lo que hace y lo que dice, que es respetado, que destaca en una ciencia, arte, disciplina o trabajo y que a su vez comparte conocimientos con sus discípulos, oficiales o aprendices.

Ya en la Edad Media, el taller estaba regentado por el maestro que era el dueño del mismo y tenía a su cargo un número de aprendices y oficiales que oscilaba según la importancia del establecimiento. Frecuentemente, los maestros de grandes talleres, con muchos operarios y gran producción, elevaban su estatus social y llegaban a tomar parte y asumir cargos en la vida política de la ciudad. Los operarios de más bajo rango eran los aprendices, en ocasiones no cobraban salario alguno; a cambio de su trabajo, eran alimentados y vestidos por el maestro. Debían respeto, obediencia y la máxima atención a los oficiales y, sobre todo, al maese; al menor fallo o descuido, eran víctimas de burlas, broncas, reprimendas y receptores infaustos de pescozones, pellizcos y coscorrones por ambas partes. Cuando el aprendiz tenía la edad y los conocimientos necesarios, pasaba a oficial; éstos podían trabajar en un solo taller o simultáneamente, por días o por horas, con varios maestros.

En los talleres de pintura, los aprendices realizaban los trabajos elementales: molían, etiquetaban y ordenaban pigmentos, preparaban e imprimaban lienzos, aparejaban las tablas etc. Cuenta Vasari, biógrafo de Miguel Ángel, como éste ingresó en el taller del maestro Doménico Ghirlandaio, con un contrato de tres años, firmado por el pintor y su padre, en el que maese Doménico se comprometía a pagar al mítico aprendiz, seis florines el primer año, ocho el segundo y diez el tercero. Permaneció sólo un año en el taller, pero recibió de este maestro las primeras enseñanzas sobre pintura.

En los talleres de escultura, preparaban cola de pieles para pegar los tablones a tallar, amasaban el barro, limpiaban moldes y un sinfín de trabajos propios del taller según la especialidad escultórica del mismo. En cualquier caso, el maestro revisaba inspeccionaba y daba los últimos toques a la obra, dejando las huellas de sus cinceles en la superficie pétrea o marmórea, de sus gubias en la cálida madera o la impronta de sus dedos en el barro de un modelado. Muchos artistas pasaban la vida en el escalafón de oficial; el que aspiraba a ser maestro y establecerse por su cuenta, debía superar una difícil prueba, examinado por por un jurado compuesto por maestros veteranos y funcionarios del gremio. En Florencia, el aspirante a maestro pintor o escultor, debía presentar una “obra maestra” que probara su aptitud.