La terracota (II)

Por último y para nuevo llanto del niño, se acercó a un odre que contenía agua, desató su boca y comenzó a verterla sobre la figurilla todavía cenicienta con lo que se limpió del todo comprobando además, que no se deshacía, observó que la arcilla, antes grisácea y cruda, ahora mostraba hermosos tonos rojos, naranjas y algunas zonas negras, también era más difícil rayar con la uña. Aquel hombre era el artista del grupo, la noche anterior había dicho al niño que le volvería a regalar otra figurilla; él sabía pintar, tallar el hueso, grabar animales con puntas de sílex en la superficie córnea de una pala de alce o gamo. Conocía la arcilla, modelaba con ella pequeños animales y figuras femeninas de vientres y pechos abultados, pero una vez acabadas y secas, no sabía hacer otra cosa, se volvían a deshacer en contacto con el agua, no encontraba otra utilidad a aquella tierra plástica. Sin embargo, el pequeño pajarito que pasó la noche en la hoguera había cambiado totalmente su naturaleza. Devolvió la figurilla al niño y quedó pensativo, repetiría premeditadamente lo acaecido: Había nacido la cerámica.

En múltiples yacimientos, en distintos lugares de nuestro planeta y en distintas dataciones, se han descubierto utensilios cerámicos pero nadie ha fijado cuándo y cómo exactamente los cuatro elementos, tierra, agua, fuego y aire (oxígeno), entraron en conjunción por primera vez e intencionadamente por la mano del hombre para producir un objeto de arcilla cocida. Inventé este pequeño relato por si hubiera ocurrido de esa forma, puede que no, pero ¿quién me dice lo contrario?

Etimológicamente, la palabra terracota procede de las voces italianas “terra cotta” que significa tierra cocida, término muy empleado en el Renacimiento. Según esta definición, una terracota podría ser cualquier pieza de arcilla cocida, desde una tablilla sumeria, pasando por un ladrillo, teja, puchero hasta las enormes y panzudas tinajas de Villarrobledo que guardaron en sus vientres los caldos de la Mancha. Sin embargo con esta palabra sólo se define a las piezas de arte, esculturas de bulto o relieves de cualquier tamaño siempre que una vez modeladas en barro hayan pasado por el horno.

Para cocer una escultura, el barro tiene que estar muy bien amasado para eliminar burbujas de aire que podrían hacer estallar la pieza en el fuego. No pueden llevar armadura interna, pues la arcilla al secar se contrae aproximadamente un 8%, por lo que la armazón impediría dicha contracción y se agrietaría. El grosor de la pieza, generalmente hueca, debe ser uniforme y el secado lento. Cuando la figura está bien seca, puede conservarse indefinidamente hasta que se decida cocerla, siempre que no se moje. La cocción se realiza en hornos desde 800 grados en adelante según la arcilla.

A lo largo de la historia del arte, muchas culturas cocieron y esmaltaron sus piezas escultóricas, entre ellas los Etruscos, enigmático pueblo instalado en el territorio que ellos bautizaron como la Toscana y muy interesado por el viaje final y sin retorno al Hades; son muy conocidos sus sarcófagos antropomorfos como el de Los Esposos de Cerveteri (museo Villa Giulia, Roma). En el Renacimiento y en la misma región, Luca Della Robbia modeló bellísimos trabajos en arcilla cocida y esmaltada; en el Thyssen de Madrid, puede admirarse un relieve de San Agustín en terracota vidriada y policroma de este excelente artita florentino. El hallazgo arqueológico más espectacular se llevó a cabo en 1974 en la provincia de Xi’an, China. Se trataba del mausoleo del primer emperador, Quin Shi Huang, del que se desenterraron 7.000 guerreros a tamaño natural de terracota; el mayor descubrimiento en la historia del arte en arcilla cocida