El pintor enamorado (I)
Aquel día se encontraba visitando a un conocido en la villa de Vitebsk, Bielorrusia, lugar donde nació en 1887. Esta visita cambió el rumbo de la vida y de la obra de Marc Chagall. Charlaban, cuando del fondo de la casa le llegó el parloteo de una muchachita…«gorjeaba igual que un pajarillo, parecía el eco angelical de algún otro mundo». Marc se marchó, aquella vez no vio a la jovencita pero se llevó en su mente aquella dulce voz. Poco después, cuando tuvo oportunidad de conocerla, corroboró la hermosura que había intuido en la joven y que hacía honor a su nombre: Bella. El pintor se sintió instantáneamente prendado: «Su primera mirada penetró hasta lo más hondo de mi ser. Tuve la sensación de que Bella me había conocido a mí siempre: en mi infancia, en mi vida presente, hasta en mi vida futura. Desde aquel mismo instante me di cuenta de que era ella: mi mujer».
Se hicieron novios y a partir de entonces la temática de su pintura fue un canto a la feminidad, a la mujer, a la maternidad y al amor de la pareja: dos amantes flotan en el aire o se abrazan tiernamente sobre las ramas de un tilo; una figura toca el violín en un tejado (como en la película), cuadrúpedos, pájaros y hasta los peces, hacen coro en el himno del dios Pan. Bella percibía tras las anchas espaldas y fuerte musculatura de aquel mozo de negros cabellos y ojos azules, las vibraciones del corazón de un inspirado pintor poeta.
A principios del siglo pasado, chagall era un desconocido, perdido en el barrio judío de Vitebsk. Su padre trabajaba por una mezquina soldada en un almacén de sardinas arenques, su madre regentaba una modesta tienda de comestibles que no daba para mucho. Los enamorados se encontraron con la oposición de ambas familias a sus planes de matrimonio ¿cómo afrontaría las responsabilidades del hogar un pintor estrambótico, modernista, principiante y sin un céntimo?
Herido en su amor propio y resuelto a ganar el dinero necesario para sostener a Bella, un día de 1910, hizo su pobre maleta y salió de Rusia rumbo al “sueño francés”, al centro mundial de los creadores plásticos, al lugar donde cualquier artista soñaba con el triunfo: París. Allí trabajó duro pintando cuadros de amor para su amada y se esforzó por conseguir un sitio, por hacerse un hueco. Apenas logradas las condiciones aceptables y anheladas, volvió a su pueblo y se casó con su amada Bella. Atrapados por la primera guerra mundial, se vieron forzados a permanecer en Rusia. Dirige la escuela de arte local de su pueblo pero pronto se trasladan a Moscú donde viven muy precariamente.
En 1923 pudieron volver a París, donde se encontraron con la agradable sorpresa de que Chagall, en su ausencia se había hecho famoso. Los cuadros que dejó a sus amigos para participar en exposiciones de Alemania y Holanda, se habían vendido todos y fueron objeto de excelentes críticas en muchos países. Se instaló en un modesto estudio y comenzó a pintar lienzos alegres y luminosos que vendía fácilmente, por primera vez en su vida se halló en condiciones de tener una casa digna y disponer de algún dinero con el cual vivir felizmente y con holgura junto a su querida Bella.